Manifestantes palestinos siguen en Ramallah a través de una pantalla el discurso de Mahmud Abbas, el pasado jueves en la ONU. Reuters
Acierta solo a medias el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, cuando aseguró que el reconocimiento de Palestina como Estado observador en la ONU “no cambiará nada en el terreno y no promoverá la creación de un Estado palestino, sino que la alejará”. Tiene razón en que a medio y corto plazo, la situación de los palestinos en los territorios ocupados no variará, incluso puede que empeore, pero en cuanto a que alejará la posibilidad de tener un Estado resulta más discutible. Tal cómo está el panorama en Cisjordania y Gaza es difícil que esa utopía pueda estar más lejos de hacerse realidad de lo que está ahora.
El Gobierno de Benjamín Netanyahu hace tiempo que se muestra decidido a gestionar el conflicto por la fuerza de los hechos y de su superioridad militar, en vez de implicarse de lleno en la reactivación del proceso de paz. La opinión pública israelí parece respaldar esta opción y todo apunta que la reflejará con claridad en las urnas el 22 de enero con su respaldo al actual Ejecutivo. Los erráticos cohetes lanzados por Hamas suponen todavía una amenaza que sigue costando vidas, aunque Israel puede ir reduciendo los efectos a través del sistema de prevención ‘cúpula de hierro’ y las expeditivas represalias de castigo. La asimetría en este terreno es la misma de siempre: cinco muertos israelíes frente a 142 muertos palestinos en ocho días de escalada
El futuro territorio de un Estado palestino en Cisjordania es cada día más una piel de leopardo con núcleos palestinos desconectados por las colonias, el muro y los controles militares. Israel desde hace tiempo obvia que es una potencia ocupante y sigue ampliando los asentamientos ilegales. ¿Quién se atreve a pensar que algún día un Gobierno israelí será capaz de trasladar a medio millón de colonos –hasta ahora—en beneficio de un Estado palestino? Si alguien lo tiene claro son los colonos. Danny Dayan, presidente de la organización que los agrupa, Yesha Council, publicó un artículo en el ‘International Herald Tribune’ bajo el categórico título de: “Los colonos están para quedarse”. Una situación que se quiere hacer irreversible por la vía de los hechos consumados. Para recordarlo y como represalia a la votación de la ONU, la prensa israelí anunció el viernes que el Gobierno ha aprobado la construcción de 3.000 viviendas sobre territorio palestino.
Ante esta perspectiva y con la única capacidad de réplica en manos de los extremistas de Hamas, la Autoridad Palestina que preside Mahmud Abbas ha recurrido a un arma pacífica y diplomática que, al menos, mantiene viva la idea de Estado y permite un margen de maniobra para responder a Israel. La resolución de la ONU, además de permitir nuevos campos de acción jurídica y diplomática, vuelve a reafirmar “el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a su independencia en su Estado de Palestina y sobre el territorio ocupado desde 1967”. Netanyahu ha calificado el documento aprobado como “unilateral” y “contrario al avance de la paz”, pero ¿puede haber algo más unilateral y contrario al avance de la paz que la construcción imparable de asentamiento sobre territorio palestino?
Son muchas las voces que han recordado a los gobernantes israelíes que el actual desequilibrio de fuerzas en la zona puede no ser eterno y que la mejor opción de futuro para ambos pueblos es la negociación de un acuerdo justo y equitativo que garantice la existencia de dos Estados con fronteras seguras. La votación de la ONU del jueves podría ser el punto de partida para reconstruir puentes con una debilitada Autoridad Palestina frente al avance fundamentalista de Hamas. Nada indica que vaya a ser así, al menos a corto y medio plazo, pero para los palestinos, la ONU servirá para salir del silencio internacional y tener un medio de resistencia más efectiva y menos mortífera que los cohetes de Gaza.
El reconocimiento como Estado observador en la ONU supone una mínima victoria moral para los palestinos