La Unión Europea y China vuelven a enfrentarse en un pulso comercial que esconde una auténtica guerra defensiva frente al expansionismo del gigante asiático. La industria europea trata de recuperar el terreno perdido frente a sus competidores de las economías emergentes, en gran parte a causa de sus errores y excesos de confianza.
En esta ocasión el motivo ha sido la venta de paneles solares chinos a debajo del precio de coste (‘dumping’). Bruselas impuso aranceles a estos productos el pasado día cuatro y Pekín replicó con la amenaza de poner trabas a la entrada de vino europeo en su mercado.
La UE considera que con estas oleadas de ventas a bajo precio, China quiere romper a la competencia para controlar finalmente el mercado, aunque en principio pueda perder dinero. Ya habrá tiempo luego para subir su valor. Desde su entrada en la Organización Mundial de Comercio (OMC), China se ha convertido en el principal suministrador europeo con unos intercambios entre ambas partes de mil millones de euros al día, pero también en el país más denunciado por ‘dumping’ o recibir subsidios contrarios a la libre competencia. Según la Dirección General de Comercio, las penalizaciones de la UE contra productos chinos en los dos últimos años han alcanzado el récord del 43% del total.
En un último episodio, Bruselas ha avanzado que denunciará a China ante la OMC por los aranceles sobre tubos de acero. Aunque lo más probable es que finalmente se llegue a un acuerdo, Pekín ya ha señalado el objetivo de su posible represalia: los coches de lujo europeos.
Todavía bajo los efectos de la crisis financiera y en medio de la mayor transformación tecnológica de la historia, Europa se juega el futuro de su industria y, en consecuencia, su lugar en el nuevo escenario económico internacional. Un informe de la Real Academia de Ingeniería (RAI) elaborado por encargo de la Plataforma de Innovación de EuroCASE (organización que agrupa a 21 academias de ingeniería europeas) radiografía la situación del tejido industrial europeo. En el texto se señala un tremendo error de cálculo: “La tesis de que era posible ceder el sector productivo a áreas geográficas de salarios más bajos y con menos cargas sociales reteniendo al mismo tiempo la capacidad de diseño y desarrollo en las metrópolis ha demostrado ser absolutamente erróneo… Evidenciando el hecho de que cuando se cede la producción es solo cuestión de tiempo que se pierda también la tecnología, el diseño y la capacidad de innovación”. El actual pulso con China es una consecuencia directa del efecto bumerán contra la I+D europea que ha provocado la deslocalización.
El fenómeno, como apunta el académico de la RAI, José Manuel Sanjurjo, es especialmente crítico en nuestro país. En su opinión, España no debe conformarse con suministrar servicios turísticos, debe aspirar a algo más y esforzarse en “tener un tejido industrial que se corresponda con que aún somos la novena economía del planeta”.
Entre las recomendaciones, el informe RAI/EuroCase hace hincapié en destinar esfuerzos y recursos en I+D+i, en concreto hacia líneas productivas de alta tecnología (robótica, impresión en 3D, conectividad, nuevos materiales, biotecnología…). Algo que desgraciadamente no parece que se esté llevando a cabo, a la vista de la Carta de la Ciencia que han suscrito miles de investigadores (40.000 firmas) ante los drásticos recortes en I+D+i y que está provocando la imparable salida de jóvenes talentos hacia otros países.
La política de deslocalización pasa factura a la UE y amenaza con ocasionar graves daños en su tejido industrial