El pasado miércoles el soldado Iván López asesinó en la mayor base militar de EE UU, Fort Hood (Texas), a tres compañeros e hirió a otras 16 personas. Cuando un agente se enfrentó a él, se disparó en la cabeza y murió en el acto. En esta misma base, en noviembre de 2009, el psiquiatra militar, Nidal Malik Hasán, mató a trece militares al grito de Alá es el más grande. Hoy está en el corredor de la muerte. Hace unos meses el pasado septiembre, un marine afectado por depresión, Aaron Alexis, abrió fuego en una base administrativa de la Marina en la Navy Yard de Washington y mató a doce personas antes de ser abatido por las fuerzas de seguridad.
Estos tres episodios han servido para desempolvar y poner al día las estadísticas del Departamento de Defensa y los efectos colaterales y psíquicos del período de guerra más largo de la historia de Estados Unidos. A raíz de los atentados del 11-S, el país afrontó dos guerras, Irak y Afganistán, en las que murieron más de seis mil estadounidenses, casi diez veces menos que en Vietnam, pero con un importante daño psicológico en los supervivientes. Hoy, un 16% de los militares que combatieron en Irak y Afganistán sufre síndrome postraumático. Cerca del 30% padece trastornos mentales como depresiones, ansiedades, problemas de sueño y tendencias suicidas. Un dato especialmente llamativo es que en 2012, 351 militares se suicidaron, una cifra superior a la de los muertos en combate.
En 2007, una estremecedora película de Paul Haggis, ‘En el valle de Elah’, narraba cómo un padre investiga la misteriosa desaparición de su hijo tras su regreso de Irak y va comprobando la transformación de la persona cariñosa y humana que creció junto a él en un ser enloquecido y cruel. Una parábola de cómo la guerra puede llegar a destruir la humanidad de los soldados con unos temibles efectos colaterales a su regreso en sus familias y en su entorno. El valle de Elah, el enclave bíblico donde David mató a Goliat, se ha difuminado y ya no se ven claros los perfiles de buenos y malos, de débiles y fuertes.
Incluso el propio Ejército está sufriendo mutaciones. Los militares siguen gozando de un gran apoyo de popularidad entre los estadounidenses, pero su profesionalización ha contribuido a alejarles de la sociedad y ha hecho emerger la sombra de unas fuerzas armadas privatizadas a través de las empresas de seguridad que han empezado a proliferar y a medrar gracias a los dos últimos conflictos, como la famosa Blackwater, nutridas de mercenarios.
La muerte de trece militares por un camarada revela los graves efectos en EE UU del periodo en guerra más largo de su historia