Al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, le han durado poco los efectos de su arriesgada apuesta electoral más allá de sus fronteras. La afrenta al presidente Obama en su propia casa, el Congreso de Estados Unidos, al desautorizar con su discurso los planes para un acuerdo nuclear con Irán permitieron al líder del Likud registrar un ligero y momentáneo aumento de su popularidad en los sondeos ante las elecciones del 17 de marzo. Pero tras ese primer impacto favorable, los sondeos han retornado al empate técnico que el Likud mantiene con la Unión Sionista, alianza formada por el laborista Isaac Herzog y la centrista Tzipi Livni.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, durante su discurso ante el Congreso en el Capitolio de Washington DC, el pasado 3 de marzo. EFE.
Sea cual sea el desenlace electoral, el coste a largo plazo puede ser alto e imprevisible. Atreverse a desafiar al presidente del principal país aliado y auténtico soporte de la existencia de Israel no tiene precedentes. Para ello, Netanyahu se ha aprovechado además de la situación de debilidad política en que se encuentra Obama con el legislativo bajo control de la oposición republicana.
La receta del miedo
Netanyahu llevó a Washington su receta habitual: el uso prioritario de la fuerza como medida disuasoria ante cualquier amenaza. Al líder israelí le merece poca consideración que la aciaga guerra de Irak desalojara a Sadam Husein e instalara como gran potencia en la zona a Irán, que ahora controla al Gobierno de Bagdad y a las milicias chiíes que combaten a la fuerza que, hoy por hoy, más preocupa a la Administración estadounidense: el Estado Islámico (EI, sunní). Washington quiere aprovechar la deriva moderada de Teherán para neutralizar un foco desestabilizador que va más allá de Oriente Medio. Tampoco tiene en cuenta Netanyahu que en las negociaciones, además de Washington, están presentes los Gobiernos de Reino Unido, Francia, China y Rusia, más Alemania (el Grupo 5+1).
En su regreso a casa tras esta clara interferencia en la política exterior de su gran aliado, Netanyahu se encontró con la crítica prácticamente unánime de los medios israelíes, que coinciden en la amenaza que supone Irán, pero que ven contraproducente la forma en que se ha utilizado contra el presidente de EE UU. En particular, el diario Haaretz le recriminó en un editorial que no aludiera en su discurso a “la verdadera amenaza existencial para un Israel judío y democrático: la interminable ocupación” de los territorios palestinos. A lo largo de sus cuatro mandatos, el líder del Likud ha ido dinamitando los Acuerdo de Oslo, impulsando las construcciones ilegales en Cisjordania y Jerusalén Este, y bombardeando Gaza. El pasado día cinco la Autoridad Nacional Palestina decidía suspender los pactos de seguridad con el Gobierno israelí, uno de los últimos compromisos en pie de Oslo, hasta que concluyan las elecciones. La medida es respuesta a la decisión israelí de suspender desde diciembre la transferencia de los tributos que recauda en su nombre por un valor de 450 millones de dólares (409 millones de euros) en castigo por la solicitud palestina de adherirse al tratado que rige la Corte Penal Internacional (CPI). Estos tributos suponen los dos tercios de los ingresos presupuestarios de la ANP.
Alianzas decisivas
En cualquier caso, el diálogo con los palestinos no está en primera línea de los temas de una campaña electoral dominada por Irán y los problemas domésticos. Pese al empate técnico que ofrecen las encuestas, a Netanyahu puede favorecerle el sistema de alianzas que empieza a perfilarse. Una vez conocido el vencedor electoral, comenzará el tradicional mercadeo con la decena de partidos que podrían alcanzar asientos en el Parlamento para sumar los 61 escaños que dan la mayoría absoluta y la capacidad de formar Gobierno. En esta ocasión habrá una lista conjunta árabe que se podría convertir en la tercera fuerza con 10/15 escaños. Los árabes de nacionalidad israelí representan el 20% de la población y cerca del 15% de los votantes. Frente a esta variada incertidumbre, lo que sí parece claro es que si Netanyahu es reelegido las probabilidades de un ataque israelí a Irán serán muy elevadas.
El abierto desafío a Obama en su viaje a EE UU pierde su inicial efecto positivo y el líder del Likud sigue sin tener asegurado su triunfo electoral el próximo 17 de marzo