Me he propuesto que mi pequeña de cinco años , en la medida que mi sueldo me lo permita, conozca la buena gastronomía de la que estamos rodeados. No me refiero a llevarle a comer unos cuantos pintxos, ella ya es habitual de esta manera de ocio y de hecho tiene sus favoritos de los cuales un día os hablaré, sino a ir a esos restaurantes con o sin estrella pero de los que el buen hacer es tan básico como la buena materia prima que trabajan. Cada loco con su tema, los hay que se dejan una pasta para llevar a sus hijos a ver un partido de fútbol (soy futbolera y no me parece mal) y yo decido barrer para casa y ofrecerle culturizarse en el plano gastronómico.
Me pareció buena idea empezar por Casa Urola, ella ya conoce sus pintxos y siempre va encantada. Así que le dije aqui a mi colega (o mi marido como lo queráis llamar) que llamara y reservara una mesa para cenar. “Una mesa para tres a las nueve” le dije. “¿Tendremos que avisar de que vamos con una niña?”. “¡No!, vamos tres personas” le contesté. No entiendo cual es la razón para avisar que vas con niños, ¿acaso no son personas?. Sólo se me ocurren unos cuantos casos que nos obliguen a avisar que vamos con una pequeña persona y no de tamaño, que muerda, que grite a lo loco o que uno de sus hobbies sean tirar comida al resto de los comensales a la par que uno de los hobbies de sus padres sea no educarle, todos estos casos suelen pasar cuando sacas a tus hijos poco de sus jaulas (ironía modo on).
Esto me hace recordar una historia de mi tierna infancia. Mi padre nos quiso invitar a comer un domingo a un famoso restaurante donostiarra, de esos con estrella y cuando vieron que éramos dos adultos y dos niños nos dijeron que para este tipo de mesas (¿ese tipo de mesa? todavía no lo pillo) era recomendable sentarse a la una. ¿ Será que pensarán que los niños tienen algo contagioso? Creo que pagan justos por pecadores y que por unos cuantos padres inconscientes que nunca llevan a sus hijos a ninguna parte y ni mucho menos suelen ser muy fans de educar a sus hijos, un día deciden que se los van a llevar a un restauante, hacer esto es como sacar a un mono de su jaula y esperar que se comporte, pagamos todos.
Tengo un amor odio por los restaurantes que ofertan menú infantil entre sus propuestas, siempre con lo mismo para elegir: macarrones, croquetas, pechugas de pollo y patatas fritas, además por un no módico precio de al menos diez/doce euros (para un plato lleno de fritanga me parece un timo). Digo amor-odio porque no se si esa es la manera de introducir a los niños en la aventura de los nuevos sabores y texturas, además la mayoría de los locales que ofertan este tipo de menú fácilmente podrían poner medias raciones de cualquiera de sus platos para los más pequeños de la casa ya que no suele ser comida demasiado complicada. Claro está que para eso has tenido que enseñar a tus hijos a comer correctamente o al menos a que prueben toda clase de alimentos. No me cabe la menor duda de que para los progenitores de esos pequeños proyectos de personas es más fácil darles lo que les gusta en vez de retarles a probar cosas nuevas (a mi me costó lo mío pero hoy me siento orgullosa de mi pequeña Chicote).
Laia salía aleccionada de casa, le expliqué que íbamos a un restaurante elegante y que ella se tenía que comportar como una señorita, sabía que al margen de ese terreno incontrolable que siempre tiene un ser humano de cinco años ella iba a dar el resto porque el hacerla sentir importante es de lo mas grande que puedo hacer por ella. Otro de los temas que se nos escapaba de las manos era el trato que iba a recibir mi pequeña por parte del personal del restaurante, en este caso aprobaron con nota. Nos trajeron la carta y aunque ella todavía no sabe leer de una manera fluida fuimos leyendo y eligiendo los platos que íbamos a disfrutar, lo que sin ella hubiéramos hecho en diez minutos nos costó veinte pero esos diez minutos extras son muy importantes. Las camareras siempre dispuestas y haciéndola partícipe, también es verdad que mi pequeña está acostumbrada a ir a cualquier parte y eso ayuda mucho.
Nos encantó Casa Urola. Mi pequeña degustó fuie micuit casero, pulpo a la parrilla con papada ibérica y berza y mero asado con guarnición de verduras. Nos ofrecieron medias raciones para ella, le preguntaron una y otra vez qué tal estaba todo y si le estaba gustando la comida. Mi niña no molestaba y en mi han encontrado una clienta feliz y satisfecha. Fantástica cena, maravilloso restaurante y ademas kidsfriends que se diría en plan moderno, yo lo diría en plan: “aquí los niños son un comensal más”.
Espero poder llevarla a más sitios de estos con cierta solera y escribirlo por aquí por que ella es mi pequeña Chicote, con el criterio de un ser humano de cinco años que no vale menos que el mío, al contrario es mas sincero y mas directo que cualquier crítica gastronómica que te puedas encontrar por ahí. Entre el foie, el pulpo, las kokotxas a la brasa, el mero asado, el rape negro a la brasa y el postre de fresas “Txomin Etxaniz” mi pequeña se queda con el pulpo y eso suave que había (=papada ibérica), además del aceite eco fantástico que nos pusieron para degustar con su pan.
Laia antes de irse repartió besos para todas las camareras, si me descuido entra hasta la cocina, se lo merecían, el trato fué excepcional. La lectura de esos besos de mi pequeña hace que su nota sea un 9.