Lo veo en mi ciudad, creo que en un lugar como el País Vasco donde ellos tienen su habitat natural, las sociedades gastronómicas, nosotras empezamos a encontrar el nuestro. Lo veo, lo siento y lo vivo. Locales pensados para nosotras, que no se confundan, no pone ningún prohibido hombres ni nada parecido, no hace falta por que se nota, se intuye y al final es.
Nosotras caminamos hacia delante, tenemos que cambiar para que ellos y la sociedad se den cuenta de que este cambio es inevitable, que ni tan siquiera se pueda nadie plantear esto como un pataleta sino como algo que llega para quedarse.
Campofrío ha vuelto a dar en el clavo y su anuncio a parte de tener la esencia de lo que expongo en este post es sincero, directo y sobre todo real.
Deliciosa Calma de Pavofrío. Anuncio de Campofrio.
Siempre preocupadas por todo como si el mundo fuera a dejar de girar por que nosotras paremos a tomarnos un vino. Como si ellos, desde su cómoda y educacional posición, fueran tontos, mancos o incapaces de asimilar que el vino se hizo para todos como una bebida divina que hace que la risa salga mas fácil y la sinceridad sea la única forma de conversación.
Somos diferentes, faltaría más, pero esa diferencia sólo nos tendría que llevar a pedir blanco o tinto, gustarnos más los platos decorados o un chuletón sobre una tabla de madera, un vino en vaso o en copa (en copa siempre, el glamour no hay que perderlo nunca). La diferencia no tendría que ser un peso a la espalda de presión social por estar siempre perfectas, por tener siempre la responsabilidad de niños, casa, compra, estereotipos, maternidad, vida sentimental, laboral y todas esas cosas que se nos exige como si nosotras no pudiéramos ni plantearnos que quizás no queramos casarnos, ni nuestro sueño sea encontrar el marido perfecto, tener muchos hijos y una casa muy grande para limpiar. No creo que el estar siempre perfectas sea sano por que a veces tenemos ojeras o sí, hemos engordado por que hemos comido y bebido con alegría. Ellos echan cupelita, “¡ay esas cervecitas!” pero nosotras no llegamos a la operación bikini.
Por no ponernos a hablar de la legalidad, de esas parte en la que en este santo país ser madre y trabajadora es como pensar que hay vida en otros planetas (debe haberla sí pero ni puta idea). Queremos que las mujeres tengan hijos pero luego ahí se las apañen como buenamente puedan, al fin y al cabo siempre lo han hecho (mi abuela trabajaba más que mi abuelo aunque ella fuera ese sexo débil que alguien algún día se le ocurrió colgarnoslo en un cartelito a modo de cencerro). Ser mujer y tener que demostrar más para cobrar menos, que nos hayamos acostumbrado no quiere decir que ésto no tenga que cambiar.
Avanzamos aunque sea poco a poco y somos capaces de pintarnos el ojo y dejar a los niños con él para irnos a tomar unos vinos, somos capaces de mirar a otro lado cuando vemos a alguno salir de la caverna, incluso somos capaces de reírnos de ello por que sabemos que este tema tiene los días contados. Somos capaces de vivir sin darle más importancia. Podemos pedir una cerveza y él un refresco aunque siempre se le pondrá a él la cerveza sin preguntar, somos capaces de educar a ellas para que puedan sentirse libres y a ellos para que sepan que la libertad es cosa de todos.
Me gusta ver locales agradables donde nosotras (y ellos por qué no) encontremos nuestro espacio, para esos vinos y esas confidencias, para esos platos decorados o chuletones sobre tablas y esos mojitos, esos cócteles en copa con el glamour que nos merecemos. El mundo tiene que cambiar, al menos el nuestro cercano, somos muchas, demasiadas para que la marea pueda con nosotras.