El conjunto rossoblu recibió ayer el OK para poder rubricar este fin de semana su anhelado regreso a la capital sarda después de año y medio de peregrinaje por la Península Itálica disputando sus partidos como local en la Serie A ante la falta de un estadio reglamentario en toda Cerdeña. La plantilla amenazó con ir a la huelga caso de verse obligada a volver a Trieste para medirse al Catania. Un conflicto surgido entre el presidente del club y las autoridades locales fue el detonante de uno de los episodios más absurdos y lamentables que se recuerdan en la historia reciente del Calcio.
El Cagliari Calcio es posiblemente el único club profesional del planeta en cuya página web no existe un espacio reservado para su estadio. No se trata de un imperdonable error del programador de turno. La ausencia del epígrafe responde simplemente a la trágica y penosa realidad de una escuadra que lleva año y medio dando tumbos por la Península Itálica para poder disputar sus partidos de la Serie A como local ante la vergonzante imposibilidad de hacerlo en la isla de Cerdeña, su casa matriz.
El ruinoso estado en el que se encontraba el viejo estadio de Sant’Elia, su hogar de toda la vida, y la amenaza latente de una dura sanción por parte de la FederCalcio al verse obligado a jugar por motivos de seguridad con un aforo inferior a los 20.000 espectadores que exige la normativa de la Serie A, fueron el detonante de un interminable peregrinaje que ha sumido al conjunto sardo en una especie de telenovela melodramática en permanente estado de suspense. Y es que los pupilos del uruguayo Diego López se entrenan a diario sin saber a ciencia cierta en qué rincón del país jugarán como local ese mismo fin de semana.
Trieste, Parma y la vecina localidad de Quartù han acogido los encuentros del equipo rossoblu durante 18 interminables meses a la espera de que su presidente, el polémico e histriónico Massimo Cellino, fumara la pipa de la paz con el gobierno sardo para que éste desbloquee el proyecto de construcción de un nuevo estadio a las afueras de la capital de este paraíso de aguas turquesas varado en mitad del mar Mediterráneo.
Pero el rocambolesco folletín en que se ha convertido la hégira del Cagliari, que ha obligado a sus seguidores a desplazarse hasta un millar de kilómetros cada 14 días para alentarle con sus gritos de ánimo, conocerá al fin su epílogo este sábado después de que la Comisión Municipal de Vigilancia de la ciudad diera finalmente ayer luz verde a la reapertura del Sant’Elia para recibir al Catania.
Las airadas y enérgicas protestas de tifosi e integrantes de la plantilla, amén de las amenazas de Cellino de llevarse al equipo de manera definitiva de la isla, forzaron a las autoridades regionales a permitir el reacondicionamiento del vetusto estadio, pero con una capacidad limitada a sólo 4.798 espectadores (tribuna central y curva norte).
El problema radicaba en la pertinaz demora de unos trabajos que se iniciaron a principios de verano y que debían haber concluído a fines de septiembre, a tiempo de recibir la visita del Inter de Milán. Empero, la citada comisión encontró fallas en los sistemas de seguridad y denegó al Cagliari el añorado regreso al escenario de su único Scudetto, en 1970, con aquel histórico once liderado por el inolvidable Gigi Riva.
“Ya está bien de excusas y retrasos. Esta historia es una pesadilla. Hago un llamamiento a la sensatez. Todos deben mojarse en esto. Si el problema soy yo porque me consideran arrogante y antipático, que lo hagan por el Cagliari, que representa a Cerdeña. Aún estamos a tiempo para reabrir el Sant’Elia contra el Catania. Demostremos que en esta isla no sólo somos envidiosos y llorones”, declaraba hace unos días con amargura el presidente Cellino, quien lamentaba a su vez el insufrible calvario que viene padeciendo la tifoseria rossoblu.
“Son ya dos años que vagamos como gitanos. Somos hijos de un dios menor, se han olvidado que Cagliari forma parte de Italia y se merece un poco de respeto. A Trieste, desde luego, no volvemos. Todo el que viene al Nereo Rocco nos silba e insulta. Y no se trata de un pequeño grupo de ultras. Creo que nos hemos convertido en una carga en todas partes. Esta situación es absurda e insostenible. Tengo a mis jugadores en pie de guerra. Si no nos dejan jugar en el Sant’Elia el sábado, me llevo el equipo a Livorno“, avisaba en tono desafiante este empresario del sector alimenticio con residencia en Miami, aún caliente por la agreste atmósfera que la escuadra de ‘los Cuatro Moros’ (el símbolo isleño, presente en su escudo) se encontró en el último episodio de su destierro triestino ante los nerazzurri.
Para añadirle un poquito más de picante al conflicto, el cuerpo técnico y los futbolistas del equipo anunciaron a principios de semana que no se presentarían a jugar este fin de semana caso de que el club se viera forzado nuevamente por las autoridades a ejercer como local lejos de suelo sardo. Su capitán, Daniele Conti (hijo del mítico volante de la Roma y de la Azzurra), fue taxativo en su comparecencia ante los medios.
“El club nos prometió un estadio, pero seguimos igual. No sé de quién es la culpa, y no me interesa saberlo. Todo lo que queremos es volver a jugar en Cagliari. Estamos hartos de ir a Trieste. Es muy duro jugar de local sin el apoyo de tus propios aficionados. Después de tantas promesas incumplidas, ha llegado el momento de pasar a la acción. Si no nos dejan jugar en el Sant’Elia, iremos a la huelga. Firmé por este club para jugar aquí”. Su desesperada estratagema, por suerte, funcionó.
PEREGRINACIONES, ESTAFAS Y DETENCIONES
La controvertida diáspora cagliaritana y sus diversas ramificaciones son dignas de un film neorrealista de Luchino Visconti. Todo comenzó en el verano de 2011 con la elección por parte de la entidad sarda del emplazamiento donde pretendía construir su propio estadio, el Karalis Arena. Tras adquirir unos terrenos en la parte norte de la ciudad y anunciar el inminente comienzo de las obras, Cellino y el Cagliari se dieron de bruces con la ENAC (Ente Nacional para la Aviación Civil). El órgano encargado de la regulación del tráfico aéreo en Italia se opuso frontalmente a los planes del presidente rossoblu por considerar que el nuevo coliseo estaría demasiado cerca del aeropuerto de Elmas.
La denuncia hecha por la ENAC obligó a paralizar el proyecto, inmerso actualmente en una batalla judicial, y provocó el inicio de las hostilidades entre el presidente del Cagliari y el alcalde de la ciudad, Sebastiano Zedda. El progresivo deterioro del Sant’Elia, en el que tuvieron que improvisarse tres gradas sobre las pistas de atletismo ante la imposibilidad de usar las de cemento, acabó con la inevitable clausura del estadio el 1 de abril de 2012.
Cellino lanzó entonces un órdago al gobierno insular anunciando que se llevaba al equipo a disputar los últimos cuatro partidos de Liga como local (entre ellos los choques frente a Inter y Juventus) a Trieste, en el noreste de Italia, a casi 1.000 kilómetros de Cerdeña.
La pasada campaña fue un tormento para toda la familia rossoblu. Cellino designó el Nereo Rocco triestino como el feudo del Cagliari pese a alcanzar un acuerdo en verano con el municipio de Quartu Sant’Elena, vecino a la capital sarda, para trasladarse a su terreno de juego, el Is Arenas, una vez se hubieran levantado cuatro graderíos prefabricados para poder acoger a 16.000 personas.
La tardanza (una vez más) en las obras obligó al Cagliari a estrenarse en liga con el Atalanta a puerta cerrada y a retrasar el choque contra la Roma al no haber recibido los permisos correspondientes para permitir el ingreso de público por falta de seguridad. La normalidad acabó llegando y los hinchas sardos pudieron volver a disfrutar de su equipo ‘del cuore’ varios partidos, hasta que estalló una nueva bomba: el presidente Cellino, el alcalde de Quartù, Mauro Contini, y el asesor de Trabajos Públicos del citado ayuntamiento, Stefano Lilliu, fueron detenidos el pasado 14 de febrero bajo la acusación de falsedad fraudulenta y malversación de fondos.
La denuncia interpuesta por una asociación ecologista puso en alerta a las autoridades provinciales respecto al desvío ilegal de una parte de los fondos destinados al parque natural, en el que se encuentra ubicado el Is Arenas, para cubrir los gastos ocasionados por la puesta a punto del estadio. El desfalco rondaba el millón y medio de euros.
Según el convenio firmado por ambas partes, el Cagliari se comprometía a pagar los costes de las obras, además de una cuota trimestral de 30.000 euros en concepto de alquiler de las instalaciones. Pero a la hora de la verdad, era su anfitrión y buen amigo Contini quien pagaba las facturas usando el dinero destinado al mantenimiento del área protegida. Como consecuencia de la estafa, el presidente Cellino se pasó un par de meses a la sombra en la cárcel de Buoncammino.
Una investigación posterior descubrió una serie de irregularidades en las construcciones realizadas en el pequeño estadio, lo que obligó al Cagliari a romper de inmediato el contrato firmado con el municipio de Quartù y anunciar en abril su retorno a Trieste para disputar sus últimos cuatro encuentros de casa en la Serie A. Y esa situación se ha mantenido inalterable hasta este sábado.