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Toco y me voy

La mejor pareja del fútbol yugoslavo nació de una partida de ajedrez

Milos Milutinovic descolgó las botas y unió su magia a la de otro genio de la redonda, Dragoslav Sekularac, para reflotar y devolver la gloria al OFK Belgrado

El fútbol de la antigua Yugoslavia siempre estará en deuda con Milos Milutinovic (1933-2003). Considerado el más talentoso atacante nacido en tierras balcánicas, el alter ego de Alfredo Di Stéfano en el Este de Europa —su técnica sublime, velocidad de ejecución y capacidad goleadora le asemejaban al astro del Real Madrid— regresó a Serbia a mediados de los 60 para poner el broche de oro a su trayectoria deportiva en el OFK, un histórico club belgradense del período de entreguerras venido a menos tras la aparición de Partizan y Estrella Roja.

Su polémica elección fue un gesto de agradecimiento hacia la entidad que le había dado ‘asilo’ en 1958 tras detectársele unos problemas pulmonares que le obligaron a dejar el Partizan, del que era ídolo máximo. De hecho, su carrera estuvo a punto de extinguirse a causa de la tuberculosis de no ser por el entonces presidente del Bayern, Roland Endler, quien le ofreció la posibilidad de emigrar a Alemania para operarse a cambio de verle lucir la camisola bávara.

Milos aceptó y eso le permitió recuperar su vuelo majestuoso sobre el manto verde. Con apenas una veintena de partidos y cinco goles anotados, el serbio está considerado por los aficionados teutones como uno de los 50 mejores futbolistas de su rica historia.

Milutinovic -no confundir con sus hermanos Bora y Milorad, también ex extrellas de Partizan- disputó el mismo número de encuentros con el club de la juventud belgradense antes de dar el salto al banquillo, lo que sucedió en la temporada siguiente (65-66).

Milos Milutinovic pasa el balón a Sekularac en un OFK-Partizan de 1968. Foto: Bora Djordjevic

Después de ganar la Copa yugoslava en su debut como técnico (6-2 al Dinamo Zagreb), su controvertida decisión de liberar a sus mejores futbolistas —su hermano Bora, Skoblar y Samardzic— para que pudieran emigrar con un permiso especial pese a la limitación de edad impuesta por el régimen de Tito, colocó al OFK en una delicadísima situación.

Con la sombra del descenso en los talones, Milos decidió desempolvar los borceguíes. Tenía por aquel entonces 36 años y la incertidumbre de no saber cómo iba a responder su cuerpo tras su largo período de inactividad. Pero semejante decisión no habría sido posible si el genial delantero nacido en Bajna Basta no hubiera recibido por aquellos días una visita inesperada en su domicilio de la calle Knez Mihailova.

“Yo estaba recién aterrizado de Alemania, donde había jugado ese último año con el Karlsruher. Días antes, escuché que Milos se había quedado sin delanteros, así que le llamé y quedamos para jugar una partida de ajedrez. Como siempre. En mitad de la misma, le pregunté por qué no me fichaba para ayudarle con los chicos más jóvenes. Recuerdo que me contestó que yo sólo con ellos poco podría hacer por mi forma de jugar, pero que tal vez con otro veterano en la cancha la cosa podría funcionar. Y ahí mismo tomó la decisión de volver a ponerse las botas para jugar juntos otra vez, como en la selección. Fue una decisión que cambió la historia moderna del OFK, y diría que un poco la del fútbol de nuestro país”. La revelación procede de otro mito del fútbol balcánico, Dragoslav Sekularac, con quien tuve el inmenso placer de compartir una tarde en el célebre café ‘Biblioteka’, uno de los rincones con mayor encanto de la capital serbia.

LOS ‘ROMANTIÇARI’

La noticia corrió como un reguero de pólvora por cada recoveco de la ciudad: desde Kalemegdan a Zemun, desde el Sava al Danubio. Todos los mentideros futbolísticos de Belgrado se hicieron eco del cóctel que acababa de armarse. Y claro, ese efecto replicante resultó devastador: más de 30.000 personas se dieron cita en el barrio de Karaburma para ver el debut de la genial pareja ante el Proleter. Dicha cifra no bajó durante el año y medio que Milos y ‘Seki’ hicieron del Omladinski Stadion un teatro de nuevas alegrías.

“Esa temporada nos salvamos haciendo muy buenos partidos, dando espectáculo, y la gente nos pidió que siguiéramos otra más (68-69). Tanto Milos como yo estábamos encantados con la idea, y aceptamos. Ese año fue realmente maravilloso. Le ganamos a Partizan, a Estrella Roja, al Dinamo Zagreb… Jugamos un fútbol fantástico. Éramos la gran atracción de la Liga yugoslava y la gente empezó a llamarnos ‘Romantiçari’ por haber vuelto a Belgrado, a un histórico venido a menos como era entonces el OFK, por amor al fútbol. Fue una época inolvidable”, rememora ‘Seki’ con emoción.

De hecho, su sociedad con el sueño prohibido de Santiago Bernabéu —intentó fichar a Milos hasta tres veces— mantiene aún hoy al OFK con el mejor promedio de asistencia de aficionados en una sola campaña en la historia del balompié plavi. Tal ecuación tiene una explicación muy sencilla, según Sekularac.

'Seki' y un amigo, junto a Milos y su hijo Uros “La culpa de todo la tuvo Milos. Él ha sido uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. En mi opinión, a la altura de Di Stéfano, Pelé, Maradona o Cruyff. Un jugador que hacía girar en torno suyo a todo el equipo. Lo hacía todo bien y a una velocidad más que el resto. Para mí es un orgullo haber sido un poco el culpable de su regreso a las canchas con el OFK, después de haberlo dejado dos años atrás”.

Sekularac: “La gente venía a ver a Milos. Tenía una relación mágica con la pelota”

Y ‘Seki’ concluye con un dato ciertamente revelador: “En cada entrenamiento había siempre no menos de 10.000 personas. Bueno, en realidad venían a ver a Milos. Él tenía una conexión mágica con la pelota”.

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