Atiende al nombre de MUNICIPAL ART JALAPA y acaba de regresar a la élite del fútbol nicaragüense un año después de ser refundado sobre las cenizas del extinto Deportivo. Pese a la hazaña lograda, pocas cosas han cambiado en un club marcado a sangre y fuego por la miseria y el padecimiento extremo. No tienen presupuesto, ni masajista, ni utillero, viajan en camionetas desvencijadas, duermen en las gradas de los estadios visitantes y el técnico hace las veces de médico, chófer y mecánico. Aun así, su reto ahora es luchar por el título liguero.
El fútbol ha devuelto la sonrisa a Jalapa. La minúscula y campesina localidad del norte nicaragüense (en torno a 10.000 habitantes), donde siguen sin conocer el significado de la palabra asfalto, aparcó por unas horas los sinsabores de su humilde existencia para celebrar, como si de la resurrección de Augusto César Sandino se tratara, el ascenso del Municipal ART Jalapa a la máxima categoría del balompié nacional.
Los pupilos de Leónidas Rodríguez destrozaron al calor de su hinchada, sobre el irregular césped del Alejandro Ramos Turcios, a la UNAN de Managua con un inapelable 4-0 en el choque de vuelta del playoff por el título de campeón de Segunda, levantando con todos los honores el 2-1 encajado en la capital de la república centroamericana.
La gesta del cuadro jalapeño bien podría situarse sin forzar mucho a la cabeza de las más sonadas en la historia del deporte de la redonda (El Maracanazo, victoria de Dinamarca en la Euro del 92 o la de Grecia en la edición de 2004) a tenor de los dramáticos apuntes de una vida marcada por el padecimiento extremo.
Fundado en 1995 como Deportivo Jalapa, la escuadra segoviana (la ciudad pertenece al departamento de Nueva Segovia) se vio abocada a la desaparición en 2008 por culpa de una deuda acumulada de 3.000 euros y la ausencia total de apoyos tanto a nivel institucional como en el ámbito privado.
“Somos demasiado pobres. La verdad es que no me explico cómo hemos podido volver a Primera división apenas un año después de la refundación del club. A ver qué pasa ahora”, confiesa sin acritud el hombre que llevó a lo más alto al viejo Jalapa en 2002 tras conquistar el único título de Liga que contempla su palmarés, que no sala de trofeos, un concepto que suena a chino a pocos pasos de la frontera con Honduras.
Porque a fuerza de no tener, esta entidad, que en menos de 400 días ha pasado de renacer cual Ave Fénix a plantarse en Primera dos fases de ascenso mediante (inició su nueva andadura jugando en Tercera), no cuenta con un patrocinador de verdad, ni con utilleros, ni con masajistas, ni con autobús para desplazarse, por supuesto tampoco tiene médico, ni presupuesto, mucho menos feudo propio, ni un solo jugador cuenta con vehículo privado y apenas dos (el goleador Milton Zeledón, su estrella, y el hondureño Luis Maradiaga, el único foráneo) perciben regularmente un salario las pocas veces que cae algún córdoba a las arcas del club.
Eso sí, algún progreso ha hecho en esta nueva etapa como Municipal ART (acrónimo de Alejandro Ramos Turcios, fundador y mecenas del club en sus inicios): no ha contraído deuda alguna, la alcaldía de Jalapa se avino a invertir 4.500 euros en remozar las arcaicas instalaciones del estadio y al fin cuenta con escudo en sus camisetas después de que un dibujante local se brindara a diseñarlo el año pasado a coste cero.
Pese a los leves síntomas de mejoría en su recién estrenada etapa, las calamidades siguen estando a la orden del día en el equipo ‘profesional’ con menos recursos del globo terráqueo. “Somos tan humildes que no tenemos ni aguatero -masajista-. De llevar el agua se encarga alguno de los suplentes. Y ya nos ha pasado de tener que ir a jugar partidos de visitante con menos futbolistas de lo habitual. Apenas vamos con 14, con lo justo para hacer los cambios. Tener un suplente de más nos representa un gasto extra que no estamos en condiciones de afrontar”, explica el presidente, Jorge Galeano.
Y es que dejar atrás Jalapa para hacer frente a los compromisos del calendario lejos del Alejandro Ramos es todo un ejercicio de amor al fútbol por parte de los jugadores. Al no disponer de autobús propio y debido a la ausencia total de carreteras asfaltadas, los convocados por Leónidas Rodríguez se desplazan en dos camionetas destartaladas hasta Ocotal (a 65 kilómetros), tragando polvo y barro si llueve. Desde allí y si las arcas lo permiten, alquilan un minibus cuyo chófer es el propio técnico del equipo.
Además, por las distancias que les separan de las otras ciudades (hay más de 300 kilómetros a Managua, por ejemplo), es norma habitual que el Jalapa salga al menos un día antes para poder llegar a tiempo a los partidos. “Salimos los sábados y hasta a veces los viernes. Dormimos donde sea. Solemos parar en unas villas donde hay un cuarto grande para todos. Sencillamente, no podemos permitirnos un hotel. Aún así, vamos mejorando. Hasta hace unos años dormíamos en las mismas gradas del estadio donde jugábamos al día siguiente. Sí, al aire libre, así nomás…”, relata el dirigente jalapeño, que añade: “Lo curioso es que los que más nos ayudan son la gente pobre. Los que tienen dinero nos dan la espalda”.
Ni siquiera aquel recordado título de Liga en 2002, cuando el Deportivo batió a doble partido al Walter Ferreti, sirvió para cambiar la perra suerte del conjunto verdiamarillo. Su estreno en la Copa de Campeones de la CONCACAF (la ConcaChampions) se saldó con dos espeluznantes goleadas ante el FAS salvadoreño (17-0) y el Árabe Unido de Panamá (19-0). La culpa de tamaña humillación la tuvo el interminable viaje hasta El Salvador, durante el cual los jugadores tuvieron que dormir un par de noches en los asientos del microbus que les llevó desde Nicaragua porque apenas consiguieron dinero para costear el vehículo, las dietas de los chicos y algún que otro gasto extra que surgió sobre la marcha. “No todos los jugadores tenían botas de tacos para el primer partido, así que tuvimos que usar parte del dinero en eso. Compramos ocho pares y suerte que nos hicieron un 20% de descuento”.
ENTRENADOR POLIFACÉTICO
Puede sonar a chiste, pero dirigir a una escuadra tan peculiar como el Municipal ART no estaría alcance ni del mismísimo Carlo Ancelotti. No basta con tener conocimientos tácticos, de manejo de vestuario, preparación física, medicina o fisioterapia. Sólo si entiendes de mecánica por si se estropea una camioneta en mitad del lodazal y eres capaz de conducir un autobús, puedes aspirar al trabajo. No es casualidad que Leónidas Rodríguez lleve tantos años en el cargo. Sencillamente, cumple todos los requisitos.
“Acá hay que hacer de todo a la vez, y a veces es complicado. No puedo estar dirigiendo y atendiendo a un jugador que recibió un corte en el rostro o a uno que sufre de convulsiones… Por hacer una cosa me distraigo de la otra, pero tampoco puedo dejar que un jugador se me muera en la cancha”, explica el preparador multiusos de una escuadra que apenas dispone de tres balones para entrenar.
Pero después de tantos años de sufrimientos de todos los colores, este intrépido alter ego de aquel célebre guerrero espartano que frenó con sus 300 peltastes a los persas en el Paso de las Termópilas se aferra con firmeza al nuevo eslógan del club para encarar su enésima aventura en la flor y nata del fútbol nicaragüense: “El Jalapa no tuvo infancia, nació grande”.