La enorme expectación que desató el estreno oficial del Tata Martino en Can Barça guarda no pocos paralelismos con el que protagonizó hace más de cuatro décadas el entonces desconocido técnico rumano al frente del mítico Ajax que conquistó Europa tres años de forma consecutiva. Su enigmática personalidad y las pocas ganas de exhibirse en público tras su jubilación relegaron al olvido al único entrenador que precedió a Guardiola ganando todos los títulos en disputa durante una misma temporada.
La inesperada al tiempo que sorprendente elección de Gerardo Martino como técnico del Barça y su incontestable puesta de largo oficial a los mandos del mejor equipo del globo terráqueo sirven de excusa perfecta para rescatar del baúl de los recuerdos a una de las figuras más enigmáticas y a la vez brillantes en el tempestuoso mundo de los banquillos.
Tanto que hasta el mismísimo Steven Spielberg, a la sazón creador de ET o La Guerra de las Galaxias, se desplazó hasta Transilvania con la intención de entrevistar al “misterioso señor Kovacs”. Porque, en verdad, la vida y milagros del hombre que logró cautivar al planeta fútbol llevando la batuta del invencible y magistral Ajax a principios de los 70 está aún hoy plagada de interrogantes.
La conmoción generalizada por la contratación del Tata para sustituir a Tito Vilanova en el banquillo del Camp Nou fue un mero temblor sísmico comparado con el tsunami que provocó en Amsterdam la elección del entrenador que debía tomar las riendas de la mejor escuadra del momento después de que Rinus Michels, el padre de la criatura, anunciara su marcha al Barcelona.
“Un desconocido viene de un país en el que sólo el nombre de Drácula te dice algo para hacerse cargo del Ajax”, publicaban en junio de 1971 los medios holandeses con un claro deje de menosprecio en referencia al rumano Stefan Cováci, ‘Pisti’ (plomo) para los más allegados, de nacimiento István Kovács por mor de su ascendencia magiar paterna, o Stephane Kovax, como lo rebautizaron en Francia dos años más tarde después de aceptar el reto de recomponer el maltrecho balompié del país vecino desde los cimientos.
Los aceptables méritos contraídos por el preparador nacido en Timisoara al frente del Steaua durante los cuatro años precedentes (una liga y tres Copas de Rumanía) para llegar al viejo De Meer fueron una carta de presentación poco creíble a ojos de un país que por vez primera asomaba orgulloso la cabeza en el panorama futbolístico de la mano de una generación irrepetible de cracks, con Johan Cruyff a la cabeza.
Aunque nunca se supo a ciencia cierta qué fue lo que movió a los mentores del Ajax a decantarse por Stefan Kovács, la rumorología apunta a dos factores: ser el más barato en la lista de 15 técnicos que manejaban y su origen judio (sus abuelos fueron deportados a Auschwitz, donde perecieron víctimas del Holocausto), un detalle no menor en una entidad fundada y regida por miembros de la comunidad hebrea amsterdanesa.
Sea como fuere, ese don nadie, que a fines de los años 30 emigró a Bélgica para jugar en el Charleroi y poder pagarse los estudios de ingeniería textil, ‘hermano de’ Nicolae Covaci, uno de los cinco únicos futbolistas que tomó parte en los tres Mundiales de entreguerras, y apenas considerado por sus compatriotas el cuarto mejor entrenador de todos los tiempos por detrás de Mircea Lucescu, Anghel Iordanescu y Laszlo Bölöni, ingresó en los anales de la historia del deporte rey arramblando durante el par de campañas que guió a los tulipanes con todas las competiciones que disputó, excepción hecha de la Copa de 1973, de la que su invencible ejército de apóstoles del llamado ‘Totaal voetbal’ fue apeado a las primeras de cambio por el NAC Breda.
Su bautismo de fuego, que tuvo lugar un 15 de agosto de 1971 ante el FC Twente, despertó idéntica expectación a la de Martino frente al Levante. Si bien el triunfo de su Ajax fue mucho más discreto que el logrado por las huestes del técnico rosarino (0-2 en Enschede), puso la primera piedra a una temporada memorable y jamás vista hasta el día que Pep Guardiola se puso el mundo por montera conquistando todos los títulos en juego en un solo año.
Sin embargo, el de Santpedor no puede presumir de haber acumulado en su caja de caudales los éxitos de Kovács en sus dos primeras campañas dirigiendo la nave culé. Y no sólo en lo que se refiere a títulos (dos Copas de Europa, dos Ligas, dos Supercopas de Europa, una Intercontinental y una Copa de Holanda). Bajo su batuta, el Ajax se impuso en sus 46 partidos como local; anotó 206 goles en Liga, por apenas 38 en contra y obtuvo un 85% de victorias en los 123 choques que estuvo al mando, con un promedio de 3’3 goles por encuentro.
DIO LUSTRE AL 4-3-3 DE MICHELS
Covaci II, como era conocido en Rumanía hasta hacerse con el timón del Ajax, no se limitó a ser un mero continuador del atrevido estilo engendrado por Michels, sino que lo perfeccionó y encumbró metiéndolo en una coctelera con algunos preceptos técnicos rescatados de la gran Hungría de Puskas, Kocsis o Higdekuti (toques en corto y el uso de la pared como recurso ofensivo), tácticos (la presión asfixiante en el propio área rival y una sincronía casi infalible al hacer el fuera de juego) y humanos.
Y es que ‘Pisti’ poseía la mano izquierda que nunca llegó a tener el ‘General’ Michels a lo largo de su longeva carrera como entrenador. Kovács se metió en el bolsillo en un abrir y cerrar de ojos a un vestuario plagado de genios, encorsetados sin embargo por el rigor espartano del 4-3-3 de su predecesor.
El rumano apeló a sus raíces magiares para dotar de musicalidad a ese rodillo que trituraba a sus enemigos a partir de una descomunal potencia física. No bastaba con ganar por acoso y derribo. También debía haber espacio para la estética, la diversión y el espectáculo.
En aras de su particular ideario balompédico, sentó en el banquillo a Velibor Vasovic, toda una institución en el club, para dar entrada a Hors Blankenburg, con mejor salida de balón que el serbio. Del mismo modo, animó a Wim Suurbier y Ruud Krol a surcar con mayor audacia las bandas, lo que implicaba que Neeskens, Haan y Mühren hubieran de multiplicarse en labores defensivas.
Nadie supo exprimir el talento y la imaginación de los Cruyff, Neeskens, Swaart o Keizer como este hombre afable, sencillo, divertido, contemporizador y sumamente ocurrente que permitió durante su mandato la presencia de las esposas de los jugadores en las concentraciones o que se fumaran un ‘pitillo’ de vez en cuando, acaso porque él mismo se pasaba los partidos colgado de un cigarrillo en la boca.
Esa ‘democratización’ futbolística procedente del este de Europa, donde paradójicamente gobernaba el comunista Ceaucescu, se dejó sentir desde el día que Kovács plantó bandera en el campo de entrenamiento ajacied. Neeskens inquirió al nuevo técnico si les obligaría a cortarse la melena para poder jugar, como sucedía con el estricto Michels, a lo que el rumano respondió: “Soy tu entrenador, no tu peluquero. Si a tu mujer le parece bien, a mí también. Por lo único que voy a juzgarte es por el número de goles que marques al acabar la temporada”.
Pero bajo esa condescendencia suya, que para algunos jugadores, caso Gerrie Muhren, supuso el principio del fin de una escuadra mítica, subyacía una recia personalidad que afloraba cuando era necesario. “Los resultados demuestran que fichar a Kovács fue la decisión correcta”, dijo en su día Cruyff. “Como técnico, era un estratega brillante. Como persona, era muy amable, con un gran sentido del humor. Su metodología nos ayudó a crecer y subir un escalón más”, asegura Johnny Rep, autor del gol que dio al Ajax su tercera Copa de Europa consecutiva en Belgrado, ante la Juventus.
IBA A ENTRENAR EN BICICLETA
La pertinaz sencillez y modestia de la que siempre hacía gala cautivó no sólo a sus pupilos, sino a toda Holanda. Hasta el punto de que la reina Beatriz llegó a ofrecer a Ceaucescu un regalo durante su visita al país de los tulipanes en agradecimiento por haberles ‘cedido’ a un Kovács que aparecía cada mañana en De Meer montado en su inseparable bicicleta.
Como no pocos aspectos de su vida, la decisión de abandonar la escuadra del guerrero aqueo en su máximo apogeo estuvo envuelta en un halo de misterio. La versión más aceptada es que el preparador rumano, como gran visionario que era, intuyó la desintegración de su Ajax tras el adiós de Cruyff al Barcelona y optó por seguir los pasos del timonel.
Hay quien vio en su inesperada renuncia la mano negra de Ceaucescu y su tenebrosa ‘Securitate’, que habría amenazado a Kovács con ensañarse con su entorno familiar si no regresaba de inmediato a Rumanía para hacerse cargo del combinado nacional.
Esta teoría cobraría fuerza después de conocerse muy recientemente que el ministerio de Deportes francés contactó con el propio dictador del país de Los Cárpatos para que les cediera a su entonces entrenador más reputado a cambio de una cantidad fija de francos mensuales y determinados favores comerciales. El órdago galo resultó de lo más convincente porque ‘Pisti’ aceptó el reto de liderar la revolución del fútbol francés desde el puesto de seleccionador.
Su afán por abrir paso a las nuevas camadas posibilitó el desembarco en la ‘Tricolor’ de Michel Platini y Alain Giresse, entre otros. Bajo el liderazgo de semejante par de artistas del cuero y la dirección técnica de quien fuera su ayudante de campo, Michel Hidalgo, Francia alcanzaría nueve años más tarde su primer gran logro con la Eurocopa de 1984. Un hecho que el rumano predijo nada más aterrizar en París. Sea como fuere, su mayor legado en el país vecino fue sentar las bases de lo que más tarde sería el centro de formación de Clairefontaine.
Sus últimas aventuras en los banquillos (selección rumana, Panathinaikos y Mónaco) estuvieron marcadas por el fracaso, lo que acabaría sumiendo a Kovács en un deseado olvido que le permitió retirarse en 1987 a uno de los tres apartamentos que adquirió con las primas ganadas con el Ajax en Cluj-Napoca, la hermosa localidad transilvana en la que arrancó su carrera como técnico y donde, según llegó a reconocer, “alcancé la felicidad plena”.
Un cáncer de pulmón sesgaría su colosal existencia 12 días antes de que su amado Ajax añadiera la cuarta estrella a su gloriosa elástica mientras disfrutaba de una partida de cartas con sus viejos camaradas del Universitatea. Un millar de personas le tributó un merecido adiós en su funeral, al que no faltó la columna vertebral de aquel equipo con el que cambió para siempre la historia del fútbol moderno. Ese grupo de jugadores que el día que se despidió de la afición ajacied en De Meer con un 12-1 al Vitesse, le regaló un coche para que aparcara de una vez por todas su vieja bicicleta. Nunca lo lograron.