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Historia de Christine: Escapando de la pobreza a través de la educación

Por Jill Van den Brule

12 de julio de 2010. Christine vive en un campamento para desplazados cerca del aeropuerto internacional de Puerto Príncipe. “Lo único que se es que no se nada”, dice esta enérgica chica de 14 años que cita a Sócrates como su estímulo para asistir a la escuela. “Una persona sin educación es una vida sin examen”, parafrasea de memoria y explica que “Esto significa que tener una educación no es suficiente. Debes estudiar y estudiar para llegar a ser un gran filósofo, un gran intelectual”. Y dice esto después incluso de llevar sin ir a la escuela tres meses tras el terremoto que destruyó su casa y obligó a su familia a vivir en un campamento.

“Quiero entender cómo late mi corazón”
Sus cuadernos destrozados, llenos de dibujos detallados de anatomía, son una prueba  de su deseo de llegar a ser médico. “Quiero ver con mis propios ojos qué hay en el cuerpo y entender cómo late mi corazón”, dice.  Christine es también una niña con un gran corazón y gran firmeza. “Como dice el cantante haitiano Jean-Jean Roosevelt, si dejáramos el mundo a las mujeres, éste sería maravilloso, porque las chicas tienen corazón”, dice. “Sólo imagina si yo fuera médico, una chica no un chico. Si alguien no tuviera suficiente dinero para dar a luz a su hijo, si estuvieran a punto de morir, yo tendría el corazón sensible para no dejarla morir. Haría todo lo que estuviera en mi mano y no por dinero. Pero hay personas para las que sólo cuenta el dinero y no la vida de la persona”.

“Mi madre es mi modelo”

En el mundo de Christine, las mujeres tienen sus modelos a seguir. Jean Renee, su hermano mayor de 15 años, no ha ido a la escuela desde hace 6 meses. Se vio obligado a dejar la escuela justo antes del terremoto. Su madre no podía permitirse pagar las cuotas escolares y tuvo que tomar la difícil decisión de enviar sólo a uno de sus tres hijos al colegio. La madre de Jean Renee lo manda cada día al garaje de un amigo de la familia para que sea aprendiz de mecánica. “Si no puedo llevarlo al colegio, quiero que al menos aprenda un oficio y no se meta en líos”, dice Therese de 38 años. Su hermana de nueve años, Afenyoose, desea ir al colegio pero no puede simplemente porque su escuela es muy cara. Christine asiste a una de las pocas escuelas públicas del país donde las cuotas son más asequibles. El 90% de las escuelas son privadas, un serio obstáculo para la educación de los niños haitianos. “Me entristece mucho que yo vaya a la escuela y mi hermana no. Todas las tardes cuando vuelvo del colegio, intento enseñarle lo que he aprendido, así podrá llegar a ser médico como yo quiero”, dice Christine. 

“A veces no quiero ir al colegio porque nuestros maestros no están allí”. Mi madre dice “Ve al colegio, no sabes si van a estar los maestros, puede que haya suerte y estén en la clase” El absentismo del profesorado es una realidad en Haití ya que muchos profesores no tienen los medios para llegar a sus trabajos. “Ella siempre me da fuerza. El nombre de mi madre está grabado en mi corazón. Aunque yo estuviera muerta, el nombre de mi madre siempre estaría en mi corazón. Mi madre es mi vida”.

Su madre, Therese, vende zapatillas de tennis de segunda mano en el campamento, de remesas que le envían del mercado. Ellas las limpia meticulosamente con un cepillo de dientes ya que el campamento está cubierto de polvo. Así puede mantener a su familia de cuatro miembros y pagar las cuotas escolares de Christine.  Su objetivo es dejar el campamento y dar a sus hijos una vida mejor dado el estigma al que todos se están enfrentando por vivir en un campamento.

“Mi madre no pudo estudiar, esta es la razón por la que quiere que vayamos al colegio y así evitar que pasemos las dificultades que ella ha sufrido. Quiere que vayamos a la universidad y tengamos buenos trabajos, dice Christine.

“Si no hubiéramos ido al colegio estaríamos muertos”
“Nuestra casa se derrumbó, ahora está aplastada”, dice señalando la televisión rota que permanece entre los escombros del techo. “Si no hubiéramos ido al colegio ese día, estaríamos muertos”, dice Christine. “Ya no tenemos un hogar y mi madre no sabe qué hará con nosotros porque no tiene ningún otro lugar donde ir”.

El terremoto que sacudió Haití, destrozó y dañó alrededor de 3.978 escuelas. La prioridad de UNICEF en educación ha sido reestablecer esas escuelas tan rápido como fuera posible. En el período inmediatamente posterior al terremoto, se establecieron espacios temporales para el aprendizaje bajo grandes tiendas, con instalaciones de agua y saneamiento adaptadas a las necesidades de los niños. Estas tiendas temporales están transformándose en estructuras semipermanentes. 

“Fui a ver mi colegio después del terremoto. La escuela primaria que estaba junto a la nuestra se había derrumbado encima de mi escuela, aplastando parte de mi clase y la oficina del director. Ahora aprendemos en una tienda y hace mucho calor”. “Quiero que el gobierno reconstruya nuestras escuelas, porque vendrán niños después de nosotros y así podrán tener escuelas donde poder estudiar y poder ayudar a sus familias. Necesitamos reconstruir las escuelas porque sin la escuela no hay vida, sin educación no hay vida porque la educación eleva al hombre a la dignidad del bienestar”, dice esta futura médico. La educación es la cuerda de salvamento de Christine.

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