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África, el conflicto permanente condenado al olvido











 [McKenzie]

Por Lara Dopazo, voluntaria de UNICEF

Hace no demasiado tiempo aparecía tímidamente en las páginas internacionales de los periódicos una cifra: se necesitarían nueve planetas para que África pudiese consumir energía a nuestro ritmo. Y es que, además, las consecuencias de nuestro consumo sin control las padece el continente más pobre del mundo.
Cuestiones de primer orden, como el cambio climático o la corrupción, tienen consecuencias en el aumento del nivel del mar y el empobrecimiento progresivo respectivamente. Las sequías prolongadas y demasiado frecuentes hacen que aumente el número de desplazados internos, las migraciones, la pérdida de cosechas y los conflictos. La riqueza del planeta se la sortean demasiadas pocas manos.



Conflictos olvidados
Si las comparaciones con el primer mundo aparecen tímidamente en los medios, otro tanto sucede con las crisis que están viviendo muchos estados africanos. Desde el mes de enero los campos de refugiados de Kenia no pueden recibir a más gente. Las elecciones fraudulentas del pasado diciembre ha desatado la lucha por la permanencia en el poder entre los dos grupos de población mayoritarios. Ni la mediación internacional ha sabido mitigar la violencia y el caos. La fragmentación étnica ha dado lugar a una sucesión de crímenes brutales y éxodos de población, que amenazan la estabilidad del país. Pero en el norte parece que poco importan los movimientos de migratorios internos, si éstos no llegan a costas europeas.


El de Kenia no es el único conflicto de actualidad candente. La inestabilidad de la República Democrática del Congo puede ser el primer paso de inestabilidad de todo el continente, porque este país, situado en el corazón de África, limita con otros diez estados, y atesora en su suelo una de las mayores reservas minerales del mundo, que las empresas occidentales no pueden perder de vista. 
Los recursos son, desde la época de la colonización, la gran condena de este continente. En el Chad los problemas se acrecentaron hace cinco años, cuando se comenzó la explotación de sus reservas de petróleo. La complejidad a nivel político y étnico se unen en este pequeño país sin salida al mar con ser uno de los más pobres y el más corrupto del mundo. El dinero que proporciona el oro negro sirve para aumentar la inversión en armas y para incentivar las luchas por el poder: el único camino para convertir el dinero del estado en dinero propio. 


Sin embargo, la mayor preocupación gira en torno a que estos conflictos nos dejen sin suministros mineros: que se corte el comercio del coltán (del que es el mayor productor el Congo), imprescindible para fabricar nuestros preciados móviles, que no se dejen de extraer oro y diamantes (que vienen de Malí, Sierra Leona o Angola entre otros), que no se pare la extracción de gas y petróleo. Hasta hace poco las exportaciones se repartían entre empresas norteamericanas y europeas. Ahora asiáticos e incluso latinoamericanos empiezan a sortearse parte del suculento pastel.


¿Callejón sin salida?
Es imposible hacer un diagnóstico general de un cáncer ya tan extendido. La historia africana desde la colonización ha hecho a este continente diferente de los otros cuatro. La Guerra Fría lo convirtió en un inmenso campo de batalla, donde las dos potencias hegemónicas se disputaban el poder.  Ahora las disputas por el control se llevan a los despachos de las grandes transnacionales.


La globalización utiliza mecanismos mucho más sutiles. Se unen las condiciones climáticas a un proceso de colonización indirecta en un mundo que se globaliza en la obtención de beneficios económicos, pero no en la redistribución de la riqueza o en la aplicación real y efectiva de los derechos humanos. Para que la situación cambie, hacen falta más que buenos propósitos y acuerdos políticos meramente formales. África tiene que dejar de ser considerada simplemente una gran fuente de recursos naturales. Es necesario adquirir conciencia de que las guerras no conducen a ninguna parte. En Occidente necesitamos ver más allá de nuestro intereses económicos y empezar a luchar contra la corrupción de los propios gobiernos africanos y quienes desde el norte los apoyan. Hasta entonces, África no podrá empezar a caminar hacia delante.

solidaridad, infancia, protección

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