Por JULIO ARRIETA
Burgos es una ciudad con una catedral inevitable a la que la etiqueta de ‘gótica’ se le queda pequeña. Si el turista no conoce esta iglesia magnífica, la visita es poco menos que obligatoria. Si ya la ha visitado repetir nunca está de más, porque en esta asombrosa acumulación de arquitecturas declarada Patrimonio de la Humanidad en 1984 siempre se descubre algo nuevo. Si al visitante le da pereza pagar la entrada o no dispone de tiempo para un recorrido completo -que lleva un buen rato-, puede rodear el edificio y detenerse a admirar su fachada principal, la puerta del Sarmental o su descomunal ábside, del que sobresale la capilla de los condestables.
Cumplido el deber de visitar la catedral, el viajero tiene una buena cantidad de sitios hacia los que encaminar sus pasos. Si se trata de hacer hambre antes de comer, subir hasta el castillo es una buena idea. No es que sea una escalada, pero es un buen paseo cuesta arriba que se puede hacer pasando por las iglesias de San Nicolás (siglo XV), casi un satélite de la catedral, en la que destaca el retablo de alabastro, obra Francisco de Colonia, y algo más arriba la interesante iglesia gótica de San Esteban, que alberga un Museo del Retablo en el que se exhiben muy buenas piezas rescatadas de varias iglesias de la provincia.
El maltrecho castillo de Burgos es de origen altomedieval y por tanto acumula unos cuantos siglos de historia guerrera y cortesana -en su interior se levantó en el siglo XIII todo un palacio real-, que acabaron con una voladura, por ‘cortesía’ de los franceses en 1813. Quedan los muros y torres que delimitan el recinto, pero merece visitarse por tres motivos: las vistas de la ciudad desde sus murallas, su pequeño pero interesante museo arqueológico y, lo mejor si se tiene espíritu aventurero, el recorrido por sus galerías subterráneas formadas por las minas excavadas por antiguos asaltantes de la fortaleza y las contraminas de los defensores.
Se puede regresar al centro bajando por el arco mudéjar de San Esteban, una de las puertas de la muralla que se conservan. Desde allí se llega a otra puerta, la de San Gil, junto a la que se encuentra la iglesia del mismo nombre, un templo gótico de tres naves, del siglo XIV, en el que destacan las capillas laterales. Ya en el centro, lo mejor es dejarse llevar por el callejeo. El visitante se topará con la imponente iglesia barroca de San Lorenzo, el palacio de los Condestables, más conocida como Casa del Cordón, el arco de San Juan y la iglesia de San Lesmes, entre otros puntos de interés. En todo caso, merece la pena detenerse en la Plaza Mayor y, a través de los arcos del Ayuntamiento, salir al paseo del Espolón y recorrerlo hasta el Arco de Santa María, o más allá, hasta el romántico parque de la Isla.
Otra opción es cruzar el Arlanzón por el puente de San Pablo, frente a la estatua ecuestre del Cid, y acercarse al Museo de la Evolución Humana, en el que se explican los hallazgos más importantes de los yacimientos de Atapuerca. La visita ideal a este centro, que requiere por lo menos una mañana, debe completarse con la de los propios yacimientos arqueológicos. Los buses lanzadera parten del propio Museo, por lo que conviene llamar concertar la visita (902 024 246).
Si el visitante dispone de tiempo le quedan por conocer dos monumentos indispensables. Por un lado, y a unos 3 kilómetros hacia el este, la Cartuja de Miraflores, en cuya iglesia destacan los sepulcros de Juan II e Isabel de Portugal, obras maestras de Gil de Siloé. En el extremo opuesto de la ciudad, al oeste, el precioso monasterio de Las Huelgas Reales, panteón de los reyes de Castilla. El claustro románico, conocido como ‘las claustrillas’, que se visita con cierta fugacidad, es una joya de la arquitectura medieval. El cenobio alberga también el Museo de Ricas Telas, en el que se exponen los ropajes, joyas y objetos de las tumbas del panteón. Desde aquí se puede llegar en un corto paseo a través del parque del Parral hasta el antiguo Hospital del Rey, del siglo XVI, que ahora acoge varias dependencias universitarias. Junto a él se encuentra un rincón muy curioso que evoca la dureza del Camino de Santiago en el pasado: la ermita de San Amaro y su pequeño cementerio, en el que descansan los restos de los peregrinos que sucumbieron en pleno peregrinar.
Dónde comer