Por VICTORIA SOUVIRON
Hace apenas dos años, todas las miradas se volvieron hacia la isla de El Hierro, porque sus volcanes volvían a rugir bajo el agua después de mucho tiempo. Este misterioso fenómeno natural es uno de los principales atractivos del archipiélago canario, un conjunto de islas que comenzó a emerger del fondo del océano hace 23 millones de años, como consecuencia de la fuerza desatada del magma incandescente. Los cráteres, conos, campos de lava, calderas, acantilados y galerías subterráneas diseminados por toda su geografía forman un paisaje extraordinario y único en España. Podría decirse que más lunar que terrenal.
El Hierro es la más pequeña y occidental de las islas. Y también la última en nacer, por tanto, la más inquieta en sus entrañas. Hasta que Colón descubrió América, se creía que era el fin del mundo. Ptolomeo situó allí el meridiano cero, pero en el siglo XIX fue trasladado a Greenwich, en el Reino Unido. Bajo el suelo que pisamos, la lava de El Hierro está activa y en continuo movimiento, lo que provoca temblores ocasionales, pero en la superficie se respira una calma chicha, ideal para pasar unas vacaciones sin estrés ni horarios.
Las dos ciudades principales son Valverde, la capital, y Frontera. El resto son pequeños pueblos silenciosos que viven de la agricultura, la pesca y el turismo. Protegida como Reserva de la Biosfera, las escarpadas laderas negras de roca volcánica y vertiginosos acantilados, se mezclan con bosques de sabinas, árboles autóctonos tumbados por la fuerza del viento, frondosos pinares, campos frutales y viñedos.
El Mirador de la Peña es visita obligada. A más de mil metros de altura ofrece una vista panorámica del valle de El Golfo, cuya forma semicircular, como un gran anfiteatro construido por la naturaleza, se debe a que es parte del cráter que dio a luz a la isla. Allí se encuentra un famoso restaurante diseñado por el arquitecto César Manrique. Continuando en las alturas, otro espectáculo singular es el Malpaso, la cota más elevada de El Hierro, a 1.500 metros sobre el nivel del mar, desde donde se divisa un fuerte contraste de tonalidades entre el negro de la lava petrificada y el verde de los bosques húmedos de laurisilva.
Aunque la isla no tiene buenas playas, para darse un baño en aguas cristalinas encontramos al norte las piscinas naturales de Tamaduste y Monacal, mientras que al sur, La Restinga se ha convertido en uno de los grandes paraísos para los amantes del buceo y la pesca submarina.
Para combinar el turismo de sombrilla y pareo con la experiencia de pisar un volcán, lo ideal es quedarse en Tenerife y, además de disfrutar de sus amplios arenales, organizar una excursión al majestuoso Teide, tercer mayor volcán del mundo, tras Mauna Kea y Mauna Loa, ambos en Hawaii. El ascenso hasta los 3.718 metros que alcanza el ‘techo’ de España se realiza a pie o en teleférico, aunque para conquistar la cima hay que pedir un permiso especial en la oficina del Parque Nacional.
En Lanzarote, el Parque Nacional Timanfaya ofrece la ruta de los volcanes, otra buena opción para conocer de cerca cómo aparecieron estas gigantescas pirámides de fuego. De paso, también se puede dar un paseo en camellos. Para románticos, un plan muy especial es reservar una cena en el restaurante de los Jameos del Agua (T 928848020), el espacio artístico que Manrique creó dentro de una caverna volcánica.
En el resto del archipiélago hay otros ejemplos de volcanes, como la Caldera de Bandama, en Gran Canaria, el parque Garajonay de La Gomera o el Roque de los Muchachos, en La Palma, lugar escogido por científicos de todo el mundo para estudiar las estrellas.
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