ÁLVARO VICENTE./ En Islandia hay una estación en la que hace frío y otra en la que hace más frío. Pero en Reykiavik, la capital situada más al norte de todo el mundo, es posible huir del frío también en invierno y pese a que la oscuridad secuestre buena parte del día. En diciembre amanece a las 11.30 horas y oscurece cuatro horas después. No hay duda de que Islandia es un destino de verano. Así lo atestiguan las escasas conexiones de vuelos que existen a la isla. Es difícil encontrar una vía directa para volar fuera de la temporada estival, pero, haciendo parada en Londres o Copenhague dependiendo de nuestro aeropuerto de salida, bien Bilbao o Barcelona, el viaje merecerá la pena también en invierno. El contraste de los campos de lava negra con la nieve es la primera imagen que recibe al visitante nada más aterrizar en el aeropuerto internacional situado a 50 kilómetros de la capital. La naturaleza es la gran protagonista en esta isla con cerca de 200 volcanes. No es una naturaleza amable a escala humana, sino dispuesta a mostrar y ejercer todo su poder.
Alojarse en el Hotel Marina de Reykiavik, situado en el mismo puerto del que zarpan los bacaladeros es una buena opción si lo que busca es entender lo que supone la industria pesquera para los islandeses. Hay pocos países en el mundo tan dependientes de la pesca. Aporta el 11% del PIB y un 25% si se incluyen los efectos derivados del sector del mar en su conjunto. El bacalao es su stock más valioso. Es famoso por su calidad, capturado de forma responsable y procesado de acuerdo con los más altos estándares del sector. Una magnífica opción para acercarse a la gastronomía islandesa es el restaurante del Hotel Holt, escenario en el que el rey de la novela negra Arnaldur Indridason ambienta ‘La Voz’. Bacalao en todas sus versiones y el cordero cocinado a fuego lento serán elecciones seguras en este restaurante en el centro de la capital. Si busca algo más asequible al bolsillo, siempre quedará un pylsur (perrito caliente). ¡Hasta Bill Clinton cumplió con este ritual en una visita oficial al país! Recomendable el Bæjarins Beztu Pylsur, un puesto de perritos considerado como el mejor de Europa.
Hay muchos más bares y restaurantes en la ciudad, por supuesto, pero otro de los centros magnéticos de Reykiavik es Hallgrimskirkja, la iglesia que muchos denominan, sin serlo, la catedral. Esta iglesia luterana preside, en forma de misil, la parte más alta de la ciudad. Merece la pena visitarla para contemplar la ciudad a vista de pájaro, con sus calles, el puerto y el auditorio Harpa, inaugurado en mayo de 2011.
Muy cerca está la plaza del Parlamento, donde se concentraron los indignados islandeses después de la crisis de otoño de 2008, cuando los tres bancos más importantes del país quebraron y la corona se devaluó en un 60%. Cinco años después lo peor de la crisis ha pasado. La tasa de desempleo está en un 4%. Queda a la vista cuando se recorre la calle Laugavegur, la arteria, eje del distrito 101, en el que los ciudadanos de Reykiavik llenan sus bares y restaurantes, también entre semana y cuando la nieve pinta las aceras. No es extraño coincidir en un café con la cantautora Björk, exponente de la escena musical y que los islandeses dicen ha situado al país en el mapa. Las erupciones de volcanes también han hecho inmejorables campañas de publicidad. ¿Recuerdan el Eyjafjallajökull? Su erupción en 2010 obligó a cerrar buena parte del espacio aéreo en Europa, estimándose la cancelación de hasta 17.000 vuelos. En Islandia hay una erupción cada cuatro años.
Por ello, a veces, uno tiene la impresión de que Islandia es un país de otro mundo, una tierra que lucha por sobrevivir en medio de una naturaleza hostil. Los islandeses, en cualquier caso, se defienden con humor. Por eso cuando en invierno, sea cual sea el objetivo, dicen que no hay que olvidar el traje de baño y la toalla en la maleta es inevitable pensar que es una broma. No. La energía geotérmica que fluye bajo sus pies se utiliza para calentar más de 170 piscinas públicas de todo el país. El Blue Lagoon, una humeante laguna de un increíble color azul caribe que se extiende en medio del campo de lava es el mejor ejemplo. El agua está a 37º. Merece la pena abonar los 35 euros que cuesta la entrada básica. En este recinto da servicio el mejor cocinero de Islandia. En el trayecto de vuelta a Reykiavik, de 50 kilómetros, quizás pueda ver la aurora boreal. Sólo por tener la oportunidad de ver las hipnóticas luces de colores bailando en el cielo merecerá la pena el viaje en invierno.