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The Shard, nueva atracción turística en Londres

Por Iñigo Gurrutxaga

El visitante entra en la esquirla de vidrio que ha levantado Renzo Piano junto al puente de Londres y llega a la puerta del primer ascensor tras intercambiar sonrisas con alegres recepcionistas. Se alcanza la planta 33 a la velocidad de seis metros por segundo. En cuatro pasos coge el segundo ascensor, el que sube desde allí a la 68.
Los pisos superiores de The Shard, que era hasta hace unos días el edificio más alto de Europa, podrán ser visitados a partir del 1 de febrero. Es una nueva atracción turística de Londres; ofrece la perspectiva más elevada de una ciudad que alguien calificó como “ilimitable” y que se extiende por una superficie llana, con pocos miradores.
[Foto: The Shard, iluminado. Fuente: http://the-shard.com]
Ya que la Oficina Meteorológica le había pronosticado que de todos los días programados éste sería el de cielos despejados, la agencia promotora de visitas ofreció a la Prensa la posibilidad única de subir a las siete de esta precisa mañana a las tres plantas superiores bajo techo, o incluso a la 72, donde el aire es libre. Ni que decir tiene que este periódico pidió ser incluido entre los viajeros hacia la primera luz del día.
El ascensor dejó al grupo en la planta 68 y unos cuantos subieron de inmediato las escaleras hacia la cumbre descubierta. No se veía nada, absolutamente nada. Una niebla densa lo envolvía todo. «¿Dónde está la acera? ¿Dónde está la esquina? ¿Dónde estoy yo? Este balcón da al infinito y yo estoy ante el misterio», escribió con posible pedantería Julio Camba sobre la bruma maciza de Londres.
El director publicitario, con pantalones de pana roja que le daban distinción innegable, explicó: «Este lado da al oeste, se vería la Noria del…». Pero se interrumpió y pronunció, desmayado por las circunstancias, la voz más común entre los ingleses: «Sorry». Gotas de agua mojaban los cuadernos de notas y una joven de la agencia también lo lamentaba, aunque sin la artesanía de su jefe para aquilatar palabras: «Nos han dicho que el día sería claro, pero obviamente nos han mentido».
Los fotógrafos se habían vestido como fotógrafos de guerra y todo lo que ahora veían, 244 metros más abajo, eran puntitos de luz. Así transcurría la mañana hasta que a las 7.45 horas emergieron del puente de la Torre de Londres dos hileras de luces y ventanitas como colmenas en los rascacielos de la City. Las luces rojas en sus tejados parecían ahora las antenas de gigantescos invasores extraterrestres.
El buque de guerra “HMS Belfast” flotaba gris sobre un Támesis del color del plomo y trenes como lombrices entraban y partían de la estación de London Bridge cuando un cámara le dijo a otro: «Las ocho y cinco. Ahora tendría que amanecer».

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