Por ZIGOR ALDAMA
Dubai es la construcción del absurdo. Un espejismo de hormigón y acero. La extravagancia en superlativo. Y todo ello se resume en el Burj Khalifa. Con más de mediomillón de metros cuadrados de superficie repartidos en 828 metros de altura, ninguna otra estructura construida por el hombre se acerca tanto a la estratosfera. El rascacielos es tan alto que un visitante podría disfrutar de la puesta de sol desde la planta baja, coger el ascensor hasta el último piso y volver a verla.
La punta de la antena del Burj Khalifa se divisa a 95 kilómetros de distancia, pero desaparece cuando se intenta ver desde la base del rascacielos. Es un mastodonte inabarcable diseñado para batir récords: es el edificio más alto del planeta, el que suma el mayor número de pisos –163–, yel que tiene el ascensor con mayor recorrido –504 metros–. Solo en una categoría ha perdido el liderazgo desde su inauguración en 2010, la del observatorio más cercano al cielo: la espectacular panorámica de Dubai se puede disfrutar desde una terraza situada a453 metros de altura, pero se queda 35 por debajo de la que ofrece la Torre de Cantón, en China. Lógicamente, con esas proporciones, todo en el Burj Khalifa es superlativo.
Durante los seis años que duró su construcción se batieron otras marcas menos llamativos para los visitantes, pero igual de impresionantes para los técnicos. Los obreros tuvieron que ingeniárselas para bombear hormigón hasta los 605 metros, un logro nunca antes alcanzado. Fueron necesarias 31.400 toneladas métricas de acero –en total, el edificio pesa medio millón de toneladas en vacío– para erigir la impresionante estructura –probada en 40 túneles de viento para certificar la seguridad del diseño–, e hicieron falta 28.261 paneles de cristal para recubrirla. No sorprende que, para hacer realidad el megalómano sueño deMohammed Ali Alabbar, presidente de Emaar Properties, una de las mayores constructoras de Oriente Medio, hicieran falta 12.000 obreros de 80 nacionalidades. Entre todos invirtieron 22 millones de horas de trabajo no exentas de polémica.
La mayoría de los empleados procedían de países pobres del subcontinente indio, y un informe publicado en la prensa local destapó que los constructores se estaban aprovechando de ello: los carpinteros más experimentados cobraban solo 5 euros por hora y el resto se conformaba con 2,5. La organización pro derechos humanos Human Rights Watch denunció las pésimas condiciones en las que estaban alojados, y que los contratistas incluso confiscaban los pasaportes de sus empleados. En 2006, hartos de la situación, más de 2.000 trabajadores se echaron a la calle y protestaron con violencia provocando daños por valor de 600.000 euros. Un obrero murió durante los seis años que duró la construcción.

A pesar de los míseros salarios que ofreció a quienes erigieron este monstruo de la arquitectura, Emaar ha tenido que rascarse el bolsillo para levantar el símbolo de una prosperidad basada en el petróleo: el gigante comenzó su singladura con un presupuesto sobre plano de 615 millones de euros, pero, después de que su construcción se retrasara en dos ocasiones y fuera necesario realizar importantes cambios en el diseño del arquitecto estadounidense Adrian Smith, diferentes estimaciones apuntan a que el precio final oscila entre los 1.150 y los 3.070 millones de euros. Pero ese dinero se palpa. Está en las paredes del magnífico vestíbulo de acabados dorados y elementos propios de la cultura del Golfo Pérsico, en el impresionante interior de ciencia ficción de los 57 ascensores con los que cuenta el rascacielos, y, cómo no, en las exuberantes habitaciones del hotel Armani, que también atrae a sus clientes con uno de los ‘spas’ más lujosos del planeta. Las residencias particulares son tan privadas que ni siquiera han trascendido imágenes de cómo las han decorado sus propietarios. No faltan quienes especulan con la posibilidad de que allí se esconda parte de las reservas de oro de los Emiratos Árabes Unidos.
Dolor de oídos y mareo

Los mortales que no llegan en Rolls Royce a las puertas del Burj Khalifa se conforman con disfrutar del espectáculo de música y agua que se celebra al atardecer en el lago adyacente, y acceder desde el contiguo centro comercial, Dubai Mall, al observatorio situado en la planta 124. A 10 metros por segundo, los ascensores más rápidos provocan dolor de oídos y un leve mareo, pero las vistas desde ‘At the top’ (nombre del mirador,literalmente ‘en lo más alto’) bien valen las molestias y los 25 euros de la entrada más barata (si no se reserva por Internet, el precio alcanza los 90 euros). Es una buena forma para rentabilizar un edificio que, a pesar del glamour, también ha sufrido los rigores de la crisis financiera que aqueja a Dubai.
En un principio, el metro cuadrado se vendía a más de 35.000 euros. Pero el desplome del sector inmobiliario en una ciudad que no para de construir monstruos a pesar de su limitada población precipitó descuentos de hasta el 45%. Aunque no hay datos oficiales, tres años después de su inauguración se estima que al menos un 30% de los apartamentos del rascacielos están vacíos. «Muchos de los pisos se han comprado con dos objetivos: especular y lavar dinero negro», reconoce un alto cargo de una inmobiliaria del país. «Aunque la economía real de Dubai continúa a buen ritmo, la crisis
económica sí que se siente en la compraventa de propiedades». Pero el valor del edificio más alto del planeta no se puede calcular solo en dírhams, dólares o euros. Es el espejo del cambio de un pequeño emirato que ha sabido transformar el oro negro, consciente de que tiene los días contados, en un imán para el turismo y en un centro financiero mundial.

«Esa ha sido la visión de nuestros líderes desde la década de 1970, y ha continuado con más ímpetu bajo el mando de Mohammed bin Rashid Al Maktoum», cuenta la voz en off de un impresionante vídeo en el Museo de Dubai. Para convertirse en una ‘ciudad global’, el régimen se muestra abierto al mundo y más tolerante con las costumbres foráneas –solo el 18% de los habitantes son locales– que el resto de sus vecinos del Golfo Pérsico. En pocos territorios de Oriente Medio se puede ver a una mujer cubierta de pies a cabeza con una abaya y un hijab negros junto a otra que viste minifalda y top con el ombligo al aire. Pero a pesar de sus proporciones faraónicas, el reinado del Burj Khalifa tiene fecha de caducidad. Será en 2018, cuando está previsto que la Kingdom Tower (la Torre del Reino), que construyen los saudíes en Jeddah, supere el kilómetro de altura (1.007 metros). No habrá ser humano por encima de los 700, pero la lucha por arañar la estratosfera aún no ha terminado.