Después de alzar los brazos, abrazarse con su banquillo y besar a su novia, Ferrer levantó el árbol de campeones de París-Bercy –uno de esos pocos trofeos que se salvan y que no se merecen ser escondidos en una esquina del trastero-. El tenis se lo debía. Justo triunfo para un tenista que llegaba a esa cita después de jugar 85 partidos esta temporada, de ganar 71 de ellos y de conseguir 6 títulos. Casi nada.
Después de alzar los brazos, abrazarse con su banquillo y besar a su novia, Ferrer levantó el árbol de campeones de París-Bercy –uno de esos pocos trofeos que se salvan y que no se merecen ser escondidos en una esquina del trastero-. El tenis se lo debía. Justo triunfo para un tenista que llegaba a esa cita después de jugar 85 partidos esta temporada, de ganar 71 de ellos y de conseguir 6 títulos. Casi nada.
Cualquier persona que ame este deporte y se pegase a la televisión, optando por el alicantino en detrimento de Alonso y del ‘afortunado’ Vettel, este domingo acabaría prendado por el alicantino. No hablamos de un enamoramiento de mariposas en el estómago ni de no poder dormir ante la ausencia de la amada, pero sí de una conexión y de una identificación completa con Ferrer. En cierto modo, somos muchos los amantes de este deporte que sentimos una gran satisfacción por ver ganar a alguien ‘de los tuyos’. A más de uno se le escapó un “¡vamos!” en los momentos de tensión del duelo. Y más de uno también vibró y se levantó con cada bola imposible que levantó el español. Como cuando gana Nadal los torneos de ‘Grand Slam’, como si después de tantos y tantos años de verlo en las pantallas sintiésemos que se estaba haciendo justicia deportiva con Ferrer.
Al terminar el partido, el señor David Ferrer demostró parte de su grandeza. Aquí no hay lloros sobre los árbitros, culpas a terceros o recaditos para la prensa; aquí, a pesar de su importante triunfo en un torneo donde no había ganado ningún español, predomina el reconocimiento de los rivales y la honestidad: “Sabía que era una oportunidad única. Con cualquiera de los cuatro mejores habría sido más complicado. Si ellos están donde están es porque se lo han merecido. Me he quitado la espina que tenía clavada de no ganar ningún Masters. Nunca lo hubiera esperado en una pista cubierta”.
Nadie ha ganado más que él esta temporada –lleva siete títulos y 72 victorias-. Nadie ha sido capaz de protagonizar un constante proceso de mejora y de superación como el suyo. En definitiva, nadie se merecía tanto como él ganar el Masters 1.000 de París-Bercy.
Cualquier persona que ame este deporte y se pegase a la televisión, optando por el alicantino en detrimento de Alonso y del ‘afortunado’ Vettel, este domingo acabaría prendado por el alicantino. No hablamos de un enamoramiento de mariposas en el estómago ni de no poder dormir ante la ausencia de la amada, pero sí de una conexión y de una identificación completa con Ferrer. En cierto modo, somos muchos los amantes de este deporte que sentimos una gran satisfacción por ver ganar a alguien ‘de los tuyos’. A más de uno se le escapó un “¡vamos!” en los momentos de tensión del duelo. Y más de uno también vibró y se levantó con cada bola imposible que levantó el español. Como cuando gana Nadal los torneos de ‘Grand Slam’, como si después de tantos y tantos años de verlo en las pantallas sintiésemos que se estaba haciendo justicia deportiva con Ferrer.
Al terminar el partido, el señor David Ferrer demostró parte de su grandeza. Aquí no hay lloros sobre los árbitros, culpas a terceros o recaditos para la prensa; aquí, a pesar de su importante triunfo en un torneo donde no había ganado ningún español, predomina el reconocimiento de los rivales y la honestidad: “Sabía que era una oportunidad única. Con cualquiera de los cuatro mejores habría sido más complicado. Si ellos están donde están es porque se lo han merecido. Me he quitado la espina que tenía clavada de no ganar ningún Masters. Nunca lo hubiera esperado en una pista cubierta”.
Nadie ha ganado más que él esta temporada –lleva siete títulos y 72 victorias-. Nadie ha sido capaz de protagonizar un constante proceso de mejora y de superación como el suyo. En definitiva, nadie se merecía tanto como él ganar el Masters 1.000 de París-Bercy.