(Ejercicio. Intro)
Entró y enseguida le dio en la nariz que le iba a bajar la regla. Había dejado de anotarlo tras cumplir los cuarenta y tres. Cierta dejadez y la prueba irrefutable de sus tetas habían dado al traste con la marquita roja en su agenda mes sí, mes también.
Esa mañana además, la sensibilidad puntiaguda de sus pezones, la redondez mansa de su tripa y la melancolía rara con la que se miraba ahora en el espejo, se lo dejaron en bandeja.
Allí estaba. Merche Gutiérrez Simpar, la tía buena del barrio de la Alondra. La que le dijo que no al Tito y a Sergio Rivas; la abandonada por su padre y por el padre de su hijo; la que tiene el mejor culo de Merca-Palencia y la que adoptó un galgo apaleado de nombre Coliflor. Menos mal que la vida, por eso del compensar, le había colocado una galaxia de lunares en el pecho y un neón en su sonrisa que anunciaba, con intermitencias, el show de un equilibrista sin red.
-Que no se me olvide la carne picada, pensó en voz alta, si no este crío me va a comer por las patas.
*photo @lalovenenoso