Volver a las cafeterías donde una ha besado
siempre me ha resultado
balsámico,
cicatrizante
y casi sedante.
Volver, pedir un con leche,
beberlo poniendo morritos de pitiminí
y mirada de tango.
Volver para escuchar las vidas ajenas,
pensar que la tuya es infinitamente más
demoledora
y no disimularlo.
Volver a las cafeterías donde una ha besado para
disparar al pianista,
descruzar las piernas despacio
y oír cómo suena el mejor bandoneón del barrio.
*Foto: Polly Penrose