-Una cerveza, por favor
No me atrevía a volver.
No me atrevía a oír
los espacios vacíos,
otra vez.
Creo que se respira diferente
cuando los armarios
que han estado llenos
te miran luego
desnudos
con cara de “eres una gilipollas”.
-Una cerveza, por favor
Esperaba alguna nota.
Algo escrito.
Encima de la mesa o
al abrir la cama.
Me gusta cómo escribe.
Me gusta cómo lo escribe.
-Una cerveza, por favor
Me quito la ropa.
Voy a lavarme los dientes.
Me echo la dosis justa de
silencio
y me froto las encías
hasta que sale esa espumilla
redonda
que me confirma
lo que ya sé.
-Una cerveza, por favor
Mi lado es el de la puerta.
Normalmente virada sobre el
lado derecho.
El izquierdo me duele
desde aquella lesión absurda y
medio leve que
me recuerda
que soy del montón
y que ya tengo una edad.
-Una cerveza, por favor
Respiro.
Suspiro.
No llego a llorar.
Estoy rozando el límite.
No quiero beber más.
Prefiero pensar
que pronto lo sabré
y que mañana
me echaré de su
perfume.
De ése que (se) ha dejado
-sin querer-
en la última
balda
del baño
de atrás.