Llevaba días haciendo números. Y seguían siendo rojos.
Cuando ayer dejé a Lía en el inglés y Peru se durmió, respiré.
Un poco. Poco.
Pasada la hora y pico, los tres volvimos a casa. Nada más abrir la puerta, Peru se encerró en su cuarto y empezó a llorar. Llorar.
-Ama, vennnnn.
Le abracé.
Sin hablar.
Me agarró fuerte. Fuerte.
Eructó.
Dos veces.
Se secó los mocos en mi manga.
Se dejó las lágrimas en mi cuello.
Y le pregunté:
-¿Ya se te ha pasado esa cosa rara que a veces llega sin avisar y nos hace llorar?
Meneó arribabajo la cabeza.
-¿Quieres pistachos, corazón?
-¡Sí!
Y empecé como loca a pelar pistachos
marca blanca
convencida de que él
lloró por mí,
y un poco feliz porque
-por un instante-
consiguió
que los puñeteros números
quedaran hechos moco
color
verde
limón.