Cada poco me pregunta cuántos años tengo.
Le contesto, se calla, se cerciora con los ojos, le digo que sí con la cabeza
y se calla.
Cada poco me pregunta
“entonces yo, ¿cuántos tengo?”.
Le contesto, se calla, se cerciora con la cabeza, le digo que sí con los ojos
y se calla.
Así hasta la siguiente vez
en la que mantenemos
la misma sorpresa él
y la misma certeza yo.
Así hasta que un día
sin hablar,
sin ojos
y sin cabeza,
ya sepamos que la edad
y la diferencia
pocas veces
significan mucho.
MUAM