Algo en mi interior quería negarlo, pero estaba claro que el sistema de venta de entradas para los Rolling Stones en Madrid se iba a colapsar. Cuando salieron los precios y ubicaciones de los tickets, se me cayó el ánimo a lo pies. Las entradas tenían unos precios tan abusivos que aquello era hasta insultarte. La banda protagonista del concierto tiene ganado el cielo (o el infierno si ellos lo prefieren), pero el organizador se ha lucido con el valor del papel.
Con la situación social y política que vive este país, las entradas podían costar quince o veinte euros menos y aquí no habría pasado nada. Recuerdo que mi padre siempre me contó que en época de Franco los bilbaínos pedían la paga del 18 de julio por adelantado para poder ir a ver al Athletic a la final de Copa del Generalísimo en Madrid. Luego podían estar racionando la comida durante un par de meses, pero el partido no se lo perdían. Tal y como está el bolsillo del personal, me temo que más de uno habrá seguido esta estrategia.
En un país en el que cada día crecen más las desigualdades, me temo que ir a ver a los Stones por este precio se ha convertido en cuestión de gente muy solvente. Si se quiere, se puede; tenemos reciente el ejemplo de Bon Jovi, que tocó solo por los gastos que generó contratar a los trabajadores, viéndose sustancialmente rebajado el precio de la entrada. En resumidas cuentas, que conmigo no cuenten hasta que pongan precios para humanos. Alguien ha hecho el negocio con la ilusión de muchos seguidores que no llegan a fin de mes.