Un trabajo musical es un mundo. Escuché decir a Raimundo Amador en una entrevista que él componía con gente, en grupo y de cachondeo. En el otro lado estaba Fito, que aseguraba que en su caso el momento de la creación no es nada místico. El bilbaíno desvelaba en otra charla con periodistas que muchas veces lo hacía en la mesa de la cocina y con el pijama puesto. “Soy un tío normal que se compra los calzoncillos en el Eroski”, finalizaba. A Rosendo, también en una entrevista, le he escuchado decir que se iba con toda la parte musical de los discos compuesta a la habitación de un hotel un par de días para escribir las letras. El abuelo del rock nacional comentaba que solo se llevaba un paquete de folios y un diccionario.
Leiva y Rubén, en el documental Baires de Pereza, contaban que para ellos un tema era algo como su pequeño embrión en el momento de crearlo en soledad, y que al publicarlo dejaba de ser suyo para ser de todos. Por último, Los Suaves en su histórico y genial directo ¿Hay alguien ahí? llegan a decir en un momento de “Dolores se llamaba Lola” algo así como que una canción no es canción hasta que la canta el pueblo, y que allí, en aquel instante, con todo el público cantando la citada composición sin ayuda de la banda, se había hecho una canción.
Pero los vídeos y demás son otra historia. En los últimos tiempos se ha puesto de moda pedir ayuda a los seguidores para las piezas audiovisuales. Sin darle mucho a la sesera, recuerdo a los antes mencionados Pereza y su “Por mi tripa” o a los vizcaínos Gatibu con su “Gabak zerure begire”. Ahora es Ismael Serrano el que se ha apuntado a la moda. Acaba de lanzar “La llamada”.