No podemos renegar de toda la adolescencia. Sí, dan vergüencica algunas de las cosas que hicimos, escribimos o dijimos, pero de todo se aprende. La falta de calendarios es lo que tiene, qué les voy a contar que ustedes no sepan.
En la carrera tenía un profesor brillante que nos ofreció un programa educativo genial aliñado con experiencias personales que le habían marcado mucho. Revolvió muy dentro de su ser para darlo todo en cada lección. Me marcó un día que se emocionó hablándonos de otro profesor de la UPV que era amigo suyo y que fue asesinado por ETA. Son momentos que te llevas de la facultad cuando abandonas el campus y cierras esa etapa universitaria. Pues bien, este hombre era de Donosti, como un servidor, y muchas veces coincidíamos en el bus que cruzaba la A-8. El padre de mi amigo Endika era en aquella época conductor de esos autocares y cuando un día llegué a Bilbao me dijo “Jimmy, tienes que ver el vinilo que me he comprado de Leonard Cohen”. Lo puso en mis manos y mi profesor, que aquel día había viajado conmigo, nos contó que cuando era un chaval se lo ponía una y otra vez para llorar por desamor. Qué cosas, esta mente brillante también había sido un adolescente. Me moló que no lo escondiera y que lo comentase sin vergüenza.
Cada época ha tenido sus héroes juveniles y son muy comunes los comentarios que desprecian los actuales y dicen que los pasados fueron mejores. Yo cogí los que me gustaban de antaño y tuve una relación especial con Pereza. Musicalmente no son nada del otro mundo, pero sus canciones aparecieron en momentos concretos para poner banda sonora a los diferentes acontecimientos que me ocurrían. Sé que tiene más caché que te pase eso con los Rolling Stones y Sus Satánicas Majestades, por poner un ejemplo, también dieron ritmo a otros instantes de mi existencia pasada.
Cuando vivía en Bilbao, acudí con Txikitin a ver a estos dos flacos madrileños al Palacio Euskalduna. Ya estábamos creciditos, pero nos mimetizamos con la chavalada. Estuvo muy bien, tengo un buen recuerdo de aquella velada del 25 de noviembre de 2009. Tiempo después, el 16 de marzo de 2012, fuimos de nuevo en pareja al Kafe Antzokia de la capital vizcaína a ver a Leiva en solitario. No estuvo mal, llevaba una buena banda pero tiró demasiado del repertorio de Pereza, perdiendo presencia su nueva propuesta musical. Después del concierto estuvimos con él, nos sacamos una fotos y siempre cuento lo mismo: olía de maravilla. Poquito después, se pasó Rubén Pozo por Bilbao. Misma sala, misma compañía pero diferente afluencia. Viendo a Leiva estaba el Kafe Antzokia hasta arriba pero viendo a la otra mitad de la ecuación musical nos encontrábamos en familia. Reconozco que tuvo más rock el directo de Rubén y siempre he mantenido que a nivel compositivo él tiene más arte. Se oían las toses, los murmullos y las frases que se decían los miembros del grupo: esa magia se pierde en las grandes producciones. Tras el directo, estuvimos con él en el camerino. “¿Qué os ha parecido? ¿Qué canciones meteríais en el repertorio?”, nos preguntó. Había desgranado su álbum en solitario completo dejando como postre algún clásico de Pereza. Yo le pedí algún corte de Buenas Noches Rose y él me dijo que le daba miedo que la gente no conociera aquel primer proyecto musical suyo. Un tío muy normal, se lo juro.
Y así llegamos al 4 de abril de 2013. Madrid, calle de Bailén. No recuerdo el nombre del bar, pero estábamos Carla, Rubén, su chica y yo sentados en una mesa redonda. Un servidor le entrevistaba y Carla hacía las fotos. Todo muy cercano. Nos invitaron a cerveza y café. Empecé el cuestionario preguntando si Pereza se habían separado para no terminar como en el videoclip de “Aproximación”. Rubén se rió. Luego nos apuntó en la lista de la puerta para el bolo que daba en el Contraclub. Lo pasamos bien aquella noche. Esos chicos que cantaban nuestra adolescencia terminaron por ser accesibles y normales. Así se cierran los círculos.