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Ivan Castillo Otero

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Nos ha gustado el primer Mad Cool Festival

Sí, nos ha gustado la primera edición del Mad Cool Festival. Se ha celebrado los días 16, 17 y 18 de junio en la Caja Mágica de Madrid y no solo ha sido de mi agrado, ya que los que venían conmigo han quedado muy satisfechos. Del mismo modo, solo hay que darse una vuelta por las redes sociales para comprobar que el personal, por lo general, está muy contento con lo que ha vivido en esas tres jornadas de música en vivo. Al contrario que en otras citas, preferí acudir como público sin acreditación para poder hacer una valoración desde dentro. En total, si juntamos los asistentes de los tres días, estuvimos allí más de 100.000 personas.

La primera jornada, la del jueves, estuvo marcada por la actuación de The Who. Pagaría la entrada completa solo por verlos de nuevo. Empezaron con “I Can’t Explain”, “Substitute” y “Who Are You?”. Yo ya estaba para entonces flotando de la emoción. Sonaron como un tiro; sin fallos y sin chorradas. “My Generation” llegó pronto y en las más lentas, mediado el directo, demostraron todo el potencial de los dos miembros originales del conjunto británico y de la banda de la que se han rodeado. “Pinball Wizard”, “See Me, Feel Me”, “Baba O’Riley” y “Won’t Get Fooled Again” pusieron punto y final a los diecisiete cortes que compusieron el repertorio para el festival madrileño. A mí se me hizo corto y tres o cuatro temas más (me faltó “The Seeker”) me hubieran hecho aún más feliz. Eso sí, firmo los 71 años de Pete Townshend o los 72 de Roger Daltrey. Qué vitalidad se gastan. Me falló el público, que en algunos sectores estaba a otra cosa. Del jueves destacó también Garbage, que se acordaron de la comunidad LGTB tras el atentado de Orlando y dijeron sentirse muy afortunados por tocar después de The Who. Prescindimos de Vetusta Morla, por la hora y por haberlos visto una decena de veces, y tuvimos que prescindir de The Strypes con todo el dolor de mi corazón por el caos que había para acceder al escenario en el que actuaban.

El viernes fue, para mi gusto, la jornada más floja a nivel musical. The Prodigy eran los cabeza de cartel y, pese a tener un buen directo y ser los mejores en lo suyo, siempre me voy con la sensación de que son unos funcionarios que llegan, fichan, hacen lo mismo de siempre y se van. Abusaron, tal y como los recordaba de la anterior vez que los vi, del “fucking” todo. Me pareció interesante la propuesta de Jane’s Addiction y Bastille, por su parte, estuvieron correctos pero sin mucha más historia. Los había visto años atrás y tenía un recuerdo más salvaje de su directo. El público pareció disfrutar con Band Of Horses y yo, por mi parte, me quedé con ganas de ver a Stereophonics.

El sábado llegamos con el sonido de los primeros acordes de Neil Young. Muy emocionante. El artista de San Diego (California) está en plena forma a sus 70 años y cada estrofa de sus composiciones era un gusto para los sentidos. Al igual que en The Who, parte del público parecía estar a otra cosa. Dice poco de la cultura musical de algunos de los que acuden en rebaño a los festivales. Recuerdo que un profesor comentó en un posgrado que cursé en la Universidad Complutense de Madrid que tras entrevistar a Octavio Paz para El País se bajó del taxi que había tomado para volver a la redacción porque la conversación del conductor no le parecía digna tras lo que acababa de vivir. Después de The Who y Neil Young me pasó algo parecido con el resto de grupos.

En lo que a la organización del festival se refiere, sé que el jueves hubo muchos problemas que yo esquivé casi al completo (quitado el follón que me impidió ver a The Strypes), pero también sé que tanto el viernes como el sábado transcurrieron según lo previsto. El sistema para cargar la pulsera (en taquillas o con una aplicación para móviles) y pagar con ella me pareció una acierto (algo que no todos los asistentes comparten). Las instalaciones son brutales (como anécdota, las chicas se sorprendían de que hubiera papel en el baño) y el césped artificial era un lujo. Se agradece poder sentarse y no llegar sucio a casa. La oferta gastronómica era amplia y variada, algo que los festivales están cuidando en el último lustro (antes tenías que conformarte con tres días a base de un mal bocadillo de lomo y queso). Logré ponerme la pulsera rápido y sin colas y se llegaba bien al recinto (a 800 metros de bus y metro). Para irse a casa tras los conciertos, existía la opción de coger un bus de la organización (de pago), los tradicionales buses nocturnos y taxis. A destacar este último punto, ya que la parada estaba organizada con solvencia por la Policía Municipal.

En general, muy mal tienen que hacer el cartel de 2017 para que no queramos volver.

Música, entre otras cosas

Sobre el autor

Donostiarra de nacimiento y medio coruñés por parte materna. Periodista por vocación. Mi abuela Juana vendía la prensa en un kiosco y la llamaban «la periodista»; así que soy el segundo de la familia que trabaja en el mundo de la comunicación. San Sebastián, Bilbao, Madrid y, ahora, A Coruña. Siempre estoy leyendo algo. Me gusta el rock y tuve un grupillo. Me interesa la historia. Sigo el calendario ciclista de pe a pa, y del fútbol soy de la Real Sociedad. También hago fotos.


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