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Juan Carlos Hernández

Al aire libre

21 DE AGOSTO DE 1985


 

Hoy es 21 de agosto. Me he dado cuenta hace unas horas (todavía era 20) y me ha dado rabia el olvido, me habría gustado escribir algo con tiempo y calma para rememorar una fecha importante para mí desde hace un cuarto de siglo: el 21 de agosto de 1985 hice mi primer entrenamiento en una pista de Atletismo.

 

Unos años antes, en 1982/3, mi profesor de Educación Física, don Ignacio Altuna, ya me había llevado a participar en algunas pruebas: un 3000, un 1000, un 300. No lo recuerdo como una experiencia agradable. Había dejado el fútbol y medio-jugaba al tenis, que era lo que me gustaba entonces. Correr se me daba bien en el colegio pero aquellas carreras sin entrenamiento no despertaron mi interés.

 

Sé que el Atletismo siempre me había llamado la atención y me pegaba al televisor para ver campeonatos que se han borrado de mi mente. Desde muy niño daba saltos de longitud en el pasillo de mi casa, de parado o con tres pasos de carrerilla, que eran los que me cabían en los 2’90 metros que medía mi habitación. Salté miles de veces. Todo cambió en 1983 con los I Campeonatos del Mundo en Helsinki; y con los Juegos Olímpicos de Los Ángeles’84 alguna bomba gigante explotó en mi cabeza. El Atletismo me sedujo para siempre y yo comencé a devorar información, datos, fechas, récords, nombres, historias. Lewis, Owens, Nurmi, Viren, Oerter, Zatopek, Bikila, Coe, Beamon, Moses, Saneyev, Koch, Rudolph, Blankers-Koen… la lista no dejó de crecer. También empecé a saltar triple de parado en el pasillo.

 

En la primavera de 1985 creo que me volví medio loco. Me río al pensar en la parte graciosa del asunto, aunque necesitaría escribir una novela para contar todo lo que recuerdo de aquellos meses que cambiaron mi vida. Todas las mañanas el delegado de clase tenía que escribir la fecha en la esquina superior izquierda de la pizarra: “San Sebastián, a tal de tal de 1985”. Al volver del recreo de las once, antes de que llegara el profesor, yo borraba la parte final y la cambiaba por octubre de 1973. Algún profesor lo corrigió alguna vez, otros ni se daban cuenta, ninguno preguntó nunca por esa mutación. Algunos compañeros sí querían saber por qué hacía esa parida y yo era feliz guardando mi secreto. Creo que nunca confesé que era un homenaje a Paavo Nurmi y a Abebe Bikila, ambos fallecidos en octubre de 1973. Cosas mías y de mis dieciséis años.

 

Llegó el verano y llegaron las malas notas. Un día mi padre me dijo que se había encontrado con un conocido que solía ir a caminar a la pista de Anoeta. Si yo quería, quedaríamos con él para que me presentase a un entrenador de Atletismo. La raqueta y las carreras de 1982 quedaban muy lejos en mi memoria y me gustó la idea. El 20 de agosto de 1985 conocí a Gabriel González. El amigo de mi padre dijo que yo era muy rápido y mi padre dijo que me sabía todos los récords del mundo. Gabriel González dijo que aunque era bajito tenía buena planta y en algún momento de la conversación yo cité a Said Aouita. Gabriel González citó a Gordon Pirie y a mí me retumbó el cerebro. (¿Gordon Pirie?). “Vente mañana a partir de las seis con un pantalón corto y una camiseta y a ver qué tal”.

 

Tardé algún tiempo en tener un chándal. En mi colegio estaba prohibido, hay que ver lo que han cambiado los tiempos. En una tarde soleada de miércoles me presenté en Anoeta con mi camiseta y mi pantalón corto (no había puerta carcelaria y los chavales podíamos ir a conocer entrenadores y probar nuestro futuro, no todo ha evolucionado favorablemente). Aquel 21 de agosto de 1985 cambiaron muchas cosas dentro de mí y todas a mejor. Gabriel González me juntó con un grupo en el que estaban Patxi Etxebeste, Pili Elizondo y Lide Miner. Nos acompañaba Alazne, amiga de Pili. El entrenamiento consistió en una cantidad enorme de multisaltos horizontales: de parado, triples, quíntuples y décuples. En todos los años que seguí entrenando y compitiendo nunca repetí una sesión de saltos como ésa. Gabriel me confesó alguna vez que aquella tarde le impactó ver a un chaval saltar de aquella manera tan coordinada el primer día que pisaba una pista. Y yo seguía siendo feliz guardando mis secretos.

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