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Juan Carlos Hernández

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BEN JOHNSON, JOHNSON VEN

 

 

No es fácil explicar a las nuevas generaciones lo que supuso en su día el positivo de Ben Johnson en los Juegos Olímpicos de Seúl’88 tras haber pulverizado el récord mundial de los 100 metros. Y un blog no es el lugar idóneo para intentarlo. Pero ahora que andamos a vueltas con la “Operación Galgo” y vamos viendo el chorreo diario de dimes y diretes, de jamón y de tocino, de chuleta y de hueso, me viene a la mente el caso más sonado de la historia.

 

 

No es fácil explicar a las nuevas generaciones la importancia que llegaron a tener las “Seis Horas de Euskadi”, aquel evento que durante tres décadas se celebró en el velódromo de Anoeta. Era una prueba principalmente ciclista con pinceladas de deporte rural vasco y concesiones a otros deportes y pseudodeportes. El atletismo –con minúscula- tenía su hueco en una carrera de atleta vs. ciclista en la que, de memoria, puedo citar a Juanjo Prado, Emilio Usún, Amaia Andrés o Martín Fiz por la parte que nos toca. El Atletismo también tuvo un hueco en la edición de 1990 con la disputa de un 5000 en el que José Luis González batió el récord de España con 13’39”45, en una carrera en la que llegó a doblar al gran Steve Cram.

 

 

Lo que sí es fácil de entender es que ambas cosas, el positivo de Ben Johnson o los buenos años de las “Seis Horas de Euskadi”, tuvieron una repercusión gigantesca; en el caso de Johnson mucho más allá del ámbito deportivo.

 

 

El 27 de septiembre de 1988, tras haberse hecho público su positivo, Ben Johnson se vio forzado a abandonar Seúl precipitadamente y desapareció en Toronto, la ciudad canadiense en la que vivía. Durante meses, poco o nada se supo de él, no habían llegado los tiempos frenéticos de Internet. La prensa, implacable, lo hizo pedazos. Ese discurso, tan repetido estos días, de la exclusión social del tramposo, del escarnio público, alcanzó en la figura de Ben Johnson la máxima expresión imaginable. Aún sigue en mi retina un titular de la revista Interviú: “Ben Johnson es impotente”. A eso llegamos en 1988.

 

 

Quién me iba a decir a mí, que viví todo aquello con tanta pasión, que la primera aparición pública de Ben Johnson tras su descalabro en Seúl iba a producirse en mi pequeña ciudad de San Sebastián. Al organizador de las “Seis Horas de Euskadi”, tras haber rechazado la idea de montar un 1500 con Sebastian Coe y José Luis González (según la prensa de la época), se le ocurrió la idea de contratar a Ben Johnson para que diera la salida a la carrera principal de la tarde. Y la jugada fue perfecta, mediáticamente impecable. Con la presencia de Ben Johnson, una de las personas más famosas del planeta en aquellos momentos, el brillo natural del evento deportivo consiguió una sonada repercusión mundial.

 

 

 

 

 

 

¿Exclusión social? A Ben Johnson se le trató como a una estrella y se le rindieron pleitesías de jefe de Estado. La organización (y que no suene a reproche, que la pela es la pela y seguro que aquello le salió mucho más rentable que el 5000 del siguiente año) hizo oídos sordos a una carta del Comité Olímpico Internacional que les recordaba lo poco apropiado del sarao que estaban montando. Y es que Ben Johnson había cobrado por dar una salida y estar sentado dos horas (que finalmente fueron cinco) tres millones de pesetas de las de febrero de 1989, bastante más que su caché por correr (antes del positivo) que era de unos dos millones y medio. ¡¡Cobró más por figurar que por competir!! Y es que la fama tiene un precio para quien quiera pagarlo. Johnson cobraba seis millones de pesetas por una entrevista exclusiva, y si era en televisión la tarifa ascendía a mil dólares por minuto grabado. Menuda exclusión.

 

 

Ahora he sabido que en el contrato de las “Seis Horas de Euskadi” estaba especificado que no habría ni ruedas de prensa ni autógrafos. Yo, intrépido jovenzuelo, fui aquel 4 de febrero al hotel Costa Vasca, libreta y boli en mano, para ver si podía acercarme al fenómeno. Y sí, lo vi de cerca, a unos treinta metros, rodeado (según me dijeron luego) por tres o cuatro policías nacionales que no se separaban de él. Creo que Antxon Blanco podrá detallarnos todo esto muchísimo mejor.

 

 

En fin, dejando a un lado a Ben Johnson y mis recuerdos, vuelvo a la idea de la exclusión social del tramposo. Lo siento por quienes abogan por ello; a mí, honestamente, me parece una entelequia. ¿Alguien cree que Paquillo Fernández dejará de ser una figura en Guadix por los restos de los restos y no vivirá su jubilación deportiva de homenaje en homenaje? ¿O José Luis Blanco en Lloret de Mar? Ocurra lo que ocurra con Marta Domínguez (y yo creo que no va a ocurrir nada)… ¿alguien cree que su vida pública futura va a verse afectada? ¿Nadie recuerda los dos positivos (como castillos) por nandrolona de un tal Pep Guardiola? Toma exclusión social.

 

 

En cualquier caso, yo me posiciono entre los que quieren ver sancionados a quienes pueda PROBARSE su culpabilidad, porque si nos dejamos llevar por las presunciones y por las sospechas llegamos a aquel capítulo del detective Colombo en el que le dijo al sospechoso: “su cara me dice que es culpable”. A lo que el sospechoso replicó: “si fuera por la cara, usted estaría en la cárcel hace años”. Ya sé que a los espectadores se nos pone la cara de tonto con sainetes como el ofrecido ayer por Pedro J. y Marta Domínguez, pero es lo que hay y es lo que va a seguir habiendo porque la exclusión social a estos niveles NO EXISTE.

 

 

Lo único que se me ocurre para que la cara de tonto no se nos quede a nosotros sino a los CULPABLES (sí, los presuntos seguirán campando a sus anchas) son las sanciones deportivas severas (cuatro años por positivo o tres con colaboración a la justicia, por ejemplo), imposibilidad de participar en selecciones o en eventos futuros, y conseguir de alguna manera que tengan que devolver todo lo ganado, al menos el dinero público de las becas y los gastos que hayan ocasionado en un plazo X. Mientras no se invente la fórmula para que al tramposo se le quede cara de tonto seguirá triunfando la trampa. Está claro que actualmente les sale rentable. Los castigos tienen que doler deportiva y económicamente. Y deberían doler mucho porque es mucho el daño que hacen. ¿Un año de sanción y a competir? Daría risa si no diera repelús.

Pinceladas finas al deporte rey

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