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Juan Carlos Hernández

Al aire libre

MADRID 2020, DE LA PASIÓN TURCA AL HARA-KIRI

 

Yo soy uno de esos que veía en la elección de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos de 2020 ese clavo ardiendo al que agarrarse para salvar de la quema el deporte no profesional español.

 

A lo largo de los últimos meses no he seguido como me gustaría la evolución de las candidaturas, pero ayer me di una buena panzada televisiva siguiendo el desarrollo de lo que ocurrió en Buenos Aires. El desenlace ya lo sabemos: Madrid empata por la cola con Estambul en la primera votación, y en el desempate no pasa el corte. En el mano a mano final el CIO se decanta por Tokio y allí se disputarán los Juegos Olímpicos de 2020.

 

Hoy todos opinamos y especulamos. Algunos se rasgan las vestiduras patrias, hemos visto titulares de prensa deleznables a los que no haré publicidad.

 

Así que voy a aprovechar esta humilde tribuna para dejar caer alguno de mis pensamientos al respecto, que son míos y de quienes quieran estar de acuerdo.

 

Ahora que visto lo visto todos somos listos creo que el principal error, el error de origen, ha sido precisamente aquello de lo que presumía la candidatura: unos Juegos austeros, económicamente racionales con el mundo en el que vivimos estos tiempos convulsos; “Madrid tiene sentido” clamaba el eslogan.

 

Supongo que la idea de fondo parecía estupenda (a mí me lo parecía, que conste), pero claro, era una idea estupenda de cara a la galería, de cara al pueblo que reclama un reparto equitativo de los recursos, de cara a una ciudadanía –la española- que ha visto lo que ha visto en estos últimos años, y que está sufriendo lo que está sufriendo. ¿Cómo justificar un gasto -¿inversión?- de miles de millones de euros en unos Juegos Olímpicos cuando se está yendo de las manos la sanidad o la educación? Pues eso, que no se puede justificar salvo que se enfatice lo del 91% de aceptación de la población (para quien se lo quiera creer), lo del 80% ya construido o lo de no echar en saco roto todo lo que ya se ha gastado en los anteriores intentos de ser sede olímpica.

 

Pero una cosa es hablar para la masa española y otra convencer a los casi 100 votantes del CIO, cuyos estómagos y cuentas corrientes no imagino vacíos, con el cuento de la austeridad. Para esos señores (y algunas señoras) los Juegos en ningún caso pueden ser de Pin y Pon; ande o no ande caballo grande. Hablamos de unos Juegos Olímpicos, ¿qué mierda es esa de unos Juegos de baratillo?

 

Y qué decir del trasfondo político de esos votos, o la política de bloques. Pues bien, no sé a ustedes, pero a mí me da que haber pasado todo el mes de agosto tocándole las pelotas al Reino Unido con el temita de Gibraltar no ha sido una buena idea… salvo que las mentes pensantes quisieran que la candidatura de Madrid perdiese. Que yo sepa los votos se consiguen HACIENDO AMIGOS, no metiendo el dedo en el ojo ajeno. ¡¡Ni que el bloque anglosajón/Commonwealth no tuviera peso!!

 

Vuelvo a Buenos Aires. ¿Qué coño hacía allí la actriz Amaia Salamanca? ¿A partir de qué línea roja de gasto lógico se convierten en mamoneo estas expediciones? ¿A quién o a qué representaba allí Florentino Pérez? ¿Qué ha hecho el fútbol profesional por el Olimpismo o el deporte de base? Seguro que el bueno de Florentino ha sabido aprovechar este viaje entre tanto pez gordo.

 

Y finalmente, la presentación de la candidatura. Pocos votos –o ninguno- se decidirían en esos minutos finales, pero no deja de ser lo que la gente llana pudimos ver (a pesar del apagón). Y bien, para mi sorpresa el príncipe Felipe estuvo brillante, con Alejandro Blanco, Pau Gasol y Theresa Zabell defendiendo bien sus papeles. Samaranch me gustó pero creo que solo vendió obviedades y humo, al igual que el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, que también supo estar a la altura. Y capítulo aparte para Ana Botella y Mariano Rajoy. Vaya par.

 

La alcaldesa de Madrid, con su traje, su sonrisa y su tono de anuncio de compresas flower power se echó al ruedo cual torero y, eso sí, con un par, lidió un toro que le vino gigante. Señora Botella, usted no vale para estos menesteres, es lo que tiene estar a dedo en un cargo tan importante.

 

Y el presidente del Gobierno tuvo una actuación impresentable, paradiña incluida para no meter la pata con el año del evento. Se notó que sus problemas son otros y están en otra parte, y que no había ensayado como todos los demás su leído discurso. ¿A quién quería convencer con ese tono de estar echando la bronca a todos los presentes? Cielo santo, se me abrieron los ojos como sartenes. Mal, mal, mal, requetemal. Con todo lo que tiene encima este hombre me pareció que, al contrario que a Botella, a él todo esto de los Juegos Olímpicos le venía pequeño, que le importaba un carajo.

 

En la ronda de preguntas nadie habló de la crisis o la solvencia económica (los discursos ya habían taponado esas grietas) pero se colaron dos preguntas sobre dopaje y la Operación Puerto. En mi opinión Alejandro Blanco estuvo contundente pero no convincente. Hubo que esperar a la rueda de prensa posterior y a que le volvieran a preguntar por lo mismo para que dijera que están haciendo todo lo posible por saber los nombres que esconden las bolsas de sangre que la jueza ha mandado destruir para sonrojo del deporte mundial. Yo no le creí, y eso que quiero creerle.

 

Resumiendo: un proyecto seguramente bueno y solvente pero excesivamente austero y humilde, el pésimo trabajo visible a la hora de hacer amigos (el invisible está claro que tampoco ha funcionado) y la herida no cerrada del ridículo judicial de la Operación Puerto y sus bolsas de sangre nos han llevado al hara-kiri.

Pinceladas finas al deporte rey

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