Hoy echo la vista atrás y tengo que contar los años transcurridos desde que nos conocimos, allá por los albores de una rabiosa juventud, en aquel instituto todavía “de chicas”, en el tiempo, que si no fue de cerezas, tampoco fue de amarguras.
La cuenta me sale escalofriante, cuarenta y un años, en los que pasó la existencia, germinando y floreciendo, en un empuje y arrastre alternativo, con calendarios alborotados de vivencias y más luces que sombras en lo que se llama vida.
¿Cuántas veces nos habremos abrazado para luego pelearnos y volvernos a abrazar? Las justas y necesarias, las precisas para conocernos los recovecos del alma y algunos escondrijos oscuros de la mente. Has sido mi médico de cabecera, mi confesor y mi psicoanalista en los tiempos turbulentos y en las horas pintadas de tristeza. Y yo te devolvía, mal que bien, las horas y el empeño a mi manera, o quizás no te lo decía, o es que no te lo he dicho nunca todavía, con mi fidelidad de amiga.
Difícil de entender y más difícil aún de aceptar, pero no siempre te tuve contenta, aprendiendo de tu gesto y explorando en mi interior, valorando, siempre valorando el privilegio de que estuvieras ahí aunque no te lo dijera, deseando que, simplemente, lo intuyeras.
Hoy es tu cumpleaños y quiero regalarte mi pequeño homenaje de andar por casa que sale más de lo hondo que un regalo en papel dorado.
Felicidad para ti.
“Quien tiene un amigo tiene un tesoro”, dice el refrán y dice bien.
LaAlquimista.