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Cecilia Casado

A partir de los 50

La quinta del “53”. Por LaAlquimista

 

          

Hubo años peores para nacer, obviamente, pero 1953 fue el que me vio asomar la nariz al mundo y por ende mi mejor punto de referencia. Como mi familia era normal y corriente para la época me enviaron al colegio de monjas –ni soñar de colegios públicos- y allí aprendí todas mis futuras trapacerías y adquirí los boletos para el diván del psicoanalista. Desde los cuatro años hasta los 14, diez años subiendo y bajando cuatro veces al día la cuesta de San Bartolomé, con una capa horrorosa sobre el uniforme negro en invierno (¿no se habrían inventado los abrigos?), botas katiuskas para la lluvia y zapatones Gorila para el resto del curso.

Lo duro era la carencia de puntos de referencia comparativos, tal parecía que no existía más mundo que el minúsculo espacio comprendido entre las nueve de la mañana del lunes, inaugurando la semana con la asistencia a misa y las seis de la tarde de los viernes, despidiendo el tiempo lectivo con el rezo del rosario.

Pero los dioses no eran tan tiranos y teníamos, para nuestro gozo y desasosiego, un colegio de curas –o sea, chicos, chicos- justo detrás del nuestro. No sé a qué acuerdos llegarían unos y otras –curas y monjas- pero nuestros horarios no coincidían. Ellos, los varoncitos, después de clase jugaban al fútbol o al baloncesto y por las mañanas entraban antes a clase –ya se sabe, curtir el cuerpo durmiendo menos- y nosotras, pobres criaturas, teníamos que zascandilear por el patio o la cuesta haciendo tiempo para poder “tropezarnos casualmente” con la bandada de bestias pardas que salía del colegio en pantalón corto.

Eso de que se ofrecieran a acompañarte a casa y a llevarte los libros lo empecé a ver en las películas de la época –Marisol, Rocio Durcal,etc.- pero en la pura realidad lo más que conseguíamos de su atención era que nos tiraran chinitas o nos empujaran pasando corriendo a nuestro lado. (No sé si luego aprendieron a hacerlo mejor, pero me temo que no).

Teníamos el uniforme y la ropa de los domingos, nada más. Y no es que fuéramos “pobres” es que es lo que había y punto pelota. Así pues, el sábado y el domingo por la tarde, nos poníamos los calcetines altos con las borlitas colgando, la falda escocesa con su imperdible dorado – los vaqueros todavía no eran fáciles de comprar, había que ir a Francia- y el chaquetón-montgomery o el abrigo de paño y a pasear por “el Tontódromo” arriba y abajo, comiendo pipas, mascando chicle o con el chupachups por bandera, justo hasta el momento en que había que echar a correr para estar en casa antes de que dieran las diez. (B.S.O. Joan M.Serrat).

Y nos hicieron medio tontas sin quererlo y luego tuvimos que sudar sangre para corregir la cantidad de información recibida y procesarla y separar el grano de la paja y comprender que no por enamorarte a los quince dejabas de ser una chica decente y empezar a llevar la contraria y a llevarte los primeros bofetones (literales o figurados).

Algunas tuvimos más suerte que otras según las circunstancias, pero todas, creo que prácticamente todas las niñas que vivimos aquella época en nuestra bendita ciudad de provincias, tenemos en común parecidas vivencias de la época, las ilusiones compartidas en secreto y aunque unas fueron por aquí y otras salieron por allá, en el fondo nos encanta volver a recordar –ya sin ira, ya sin trauma- aquellos años en los que aprendíamos a vivir entre besos y tropezones.

Ahora miro a mi alrededor y veo que van faltando muchas, sobre todo van yéndose ya los chicos, como si tuvieran prisa, cuando entonces soñábamos con ser eternos y no sabíamos –o no queríamos saber- que íbamos a repetir el mismo ciclo de nuestros abuelos y que, por más que luchen en contra, están ahora mismo repitiendo nuestros hijos.

La única diferencia es que no voy a decir aquello de que “con Franco vivíamos mejor”.

En fin. Otro día más.

LaAlquimista.

Para ver más: www.apartirdelos50.com

Foto: Procesión colegio Compañía de Maria.

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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