Ayer por la noche me costó mucho meterme en la cama puesto que, al ir a despedirme del día, los algodonosamente gruesos copos de nieve me retuvieron frente al balcón –sin atreverme a abrirlo más que un segundo- durante un buen rato. La nieve me transforma, es un trineo que me lleva a un paraje imaginado, frío y cálido a la vez, con un telón de fondo de castañas cocidas con anís y un fuego crepitando en la chimenea. Y puse una manta extra en la cama –por si acaso- y supe que por la mañana escribiría mi cuento de Navidad de casi primavera, pero no puede ser, no es posible, porque hoy es 8 de Marzo y está todo nevado y tengo que recordar(me) que hoy es el día Internacional de la Mujer.

        El origen de tal efeméride no está muy claro; existe la versión de la conmemoración del incendio en la fábrica ‘Triangle’ de Nueva York en la que murieron 140 obreras en 1857. Pero este es un punto de partida simbólico del que no hay constancia suficiente. Sin embargo, parece que el Día Internacional de la Mujer surge para hacer propaganda a favor del sufragio femenino, para defender los derechos laborales de las trabajadoras y manifestarse contra la guerra, (Primera Guerra Mundial) concretamente dentro del marco del partido socialista. (Estudio de Ana Mª Portugal sobre El día Internacional de la Mujer)

         Y yo quería hablar de la nieve, de que mis pies están helados y mi corazón caliente, de que he abierto las ventanas –por eso tengo los pies helados- para dejar que el último coletazo del invierno me inunde, porque bendito 8 de Marzo que está tan cerca del 21.

         Pero por encima de todas las cosas quisiera que se dejase de celebrar el día Internacional de la Mujer. Que no hiciese falta nunca más tener que reivindicar, que los derechos, que las igualdades, que el respeto y la dignidad de todas las mujeres del planeta cayera del cielo, mansamente, con la misma libertad que los hermosos copos de nieve.

      En fin.

      LaAlquimista

Foto: Amanda Arruti