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Cecilia Casado

A partir de los 50

Llueve sobre Paris (Crónicas parisinas-2)

La lluvia me ha despertado de buena mañana repicando sobre el cristal de la ventana; entre sueños creía estar en mi cama de Donostia tal era la similitud del persistente y entrañable sonido. Poco a poco he tomado conciencia de que algo no cuadraba en mi despertar de hoy: el silencio circundante, ajeno al ritmo del agua que llamaba a maitines. Silencio, como en un útero perfumado de lavanda.

Mientras preparaba mi desayuno especial para francesas que sólo desayunan yogurt y té he ido adecuando mi ánimo para acompasarlo al día gris y lluvioso. Nada importa: estoy viva y estoy en Paris aunque llueva. Así pues, buen calzado, un abrigo acolchado y el paraguas en la mano izquierda, que la derecha es para la cámara de fotos.

La plaza de la Bastilla sorprende por su olor a churros; ¿Es esto la aldea global o un dislate geográfico? Un cortado en el Café des Phares –el café-philo que sigue propiciando las tertulias filosóficas más interesantes de Paris- me permite observar, escuchar e impregnarme del espíritu aguerrido de los contertulios. Se hablaba del porqué de la maldad en este mundo de hoy… (Como si Rousseau redivivo se enfrentara a sus detractores). Pero hoy no puedo filosofar con ellos, quizás mañana, con mi estropajoso Francés de acento sureño.

El Boulevard Henri IV me lleva hasta el puente de Sully, primer contacto con el Sena, y de ahí a la isla de San Luis. Recorrer sus callejuelas abarrotadas de pequeños comercios únicos en sí mismos: donde sólo venden galletas y turrones, donde imperan las flores de tela, donde los juguetes decimonónicos alegran la vitrina empañada por la humedad… y los cafés aromatizando las estrechas calles. Es un barrio precioso con lluvia y con sol. Le Quai d’Anjou bordea el lado derecho de la pequeña isla; hay que avanzar hasta el puente de San Luis y llegar a la isla de La Cité, acceder a la Catedral desde su magnífico porte trasero demorándose en el parque Juan XXIII con el otoño resplandeciente enmarcando la mole que brilla bajo la lluvia incluso.

En Notre Dâme de Paris hay turistas en todas las épocas del año, unas más que otras, pero hoy no había cola para entrar y he podido recorrer –afortunadamente una vez más- sus naves y sus reflejos sin agobio aparente. He encendido mi vela y se la he ofrecido a mis hijas; prefiero ser supersticiosa que religiosa, yo ya me entiendo. La lluvia ha amainado el tiempo suficiente para descansar un rato en un banco al lado del río. Observación aparentemente anodina: en un cuarto de hora de ver pasar gente no he detectado a nadie que estuviera solo. Parejas, grupos y familias. Así que me he sentido extrañamente contenta de ir sola, de ser capaz de disfrutar lo que los sitios transmiten dejando que mis emociones golpeteen en mi interior sin distracción alguna. Después vendrá el momento de contar y enseñar fotos, pero sigo defendiendo que el placer inefable de sentirse en libertad no puede ser entendido más que por uno mismo. Por supuesto que he estado muchas veces en Paris con compañía –más veces que en soledad- y siempre he necesitado el silencio aun estando de la mano de otro ser humano. Mis hijas saben bien cuando “la ama necesita no hablar”. 
    

Dicen que el hombre (que no la mujer) es un animal de costumbres, pero a mí me entra el hambre en Paris justo un rato después del mediodía, así que –por proximidad únicamente- he atravesado el Petit Pont y al Barrio Latino de cabeza ;a través de la Rue du Chat qui Pêche me he metido en la vorágine de la Rue de la Huchette, donde restaurantes de todo el mundo ofrecen sus menús a un precio irrisorio –obviamente con calidad de igual calificativo-, pero un cuasi digno pakistaní me ha deleitado con una perfecta ensalada griega ¿? (no será por proximidad geográfica, pero estaba buenísima). Al metro y corriendo a casa a hacer la siesta, que para eso estoy bien acendrada en mis costumbres.

Dormir para salirse del mundo y despertar para descubrir que sigue estando ahí, te guste o no te guste.

La manifestación multitudinaria se concentra en Republique a las dos y media de la tarde. Ordenada por sindicatos y facciones políticas, me recuerda a un desfile bien organizado. La inmensa mayoría, gente joven. No quiero decir más sobre este tema; cada cual que se mire por dentro y decida si “aquí” sería posible algo así. Si los “mayores” hemos ayudado en las protestas por el plan Bolonia o en cualquier reivindicación puramente juvenil. ¡A qué distancia tan enorme estamos de Europa…!

En fin.

LaAlquimista

Fotos: C.Casado

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2010
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