¡A que se os ha disparado la imaginación, de 0 a 100 en cinco segundos…! En realidad casi todos los días conocemos a alguien nuevo, lo que ocurre es que no siempre le prestamos la debida y merecida atención y nos perdemos –probablemente- alguna posibilidad insospechada. Yo suelo estar muy, pero que muy atenta a todas las personas con las que “tropiezo” en mi camino; da igual que sea la cajera nueva del colmado de la esquina que me hace un comentario al ver las cosas sólo verdes y rojas que he puesto por casualidad en el cestillo, como el veraneante que ha alquilado por todo un mes el piso vecino al mío y me cuenta su desesperación meteorológica en el trayecto –larguísimo- del ascensor.
El caso es que he conocido a una persona atípica y peculiar donde las haya. Se trata de un “soñador”. Sí, soñador de vocación y creo que también de profesión, puesto que a ello dedica sus afanes, su tiempo, su energía y su mejor voluntad. Este hombre es un fabricante de sueños de primera; no los vende ni regala, simplemente disfruta de ellos como un enano procurando que duren –como una pompa gigante de jabón- lo máximo posible para deleitarse con la belleza implícita en el mismo sueño.
Estuvo explicándomelo el otro día –y tuvo que hacerlo varias veces porque yo estaba obtusa o incrédula, no me acuerdo muy bien- y más o menos la cosa es así. Uno agarra una parte de la realidad, algo asible e inasible a la vez y le da forma, juega con la imaginación y las manos, le pone cuarto y mitad de ilusión y buen humor y lo deposita en la ventana para que le dé el aire de la luna y el fresco de la madrugada. O se lo lleva a la cama –a este bonito sueño prefabricado- y le deja compartir la almohada durante los primeros compases de la noche para soltarlo a volar con la primera luz del día antes de salir el sol, eso que los poetas llaman alba.
Le escuché con los ojos cerrados y sus palabras venían sin sonido, tan sólo era energía que se colaba por los resquicios de mi escepticismo, las reglas de un juego todavía sin inventar y para el que no hacen falta dos, ni tres; basta con el deseo de jugar que aporte cada uno.
Me contó –con paciencia infinita- que nadie puede ni debe entrar en los sueños de otra persona, que hay que respetarlos por absurdos o imposibles que parezcan porque cuando dejamos de soñar perdemos interés por la vida. O que cuando llevamos demasiado tiempo sin tener un sueño es como si hubiéramos sucumbido a un paréntesis inhóspito y frío. Y todo esto me lo contaba sin mayor intención que la de compartir conmigo su pequeño “sueño” y no le dije –y no sabrá nunca- que despertó en mí el gusto olvidado de saltarme a la torera eso de que… “los sueños, sueños son”.
En fin.
*** Tara, sí, “nuestra” Tara cumple años en el día de hoy. A falta del abrazo estrujador, bendiciones para ella y una hermosa canción de mi cantante favorito. “These foolish things” de Rod Stewart . ¡ZORIONAK, Tara!
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LaAlquimista