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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una vida sin preocupaciones

Cuando me encuentro con alguna persona conocida que me pregunta que qué tal estoy me gusta poder contestar: “sin preocupaciones”. Me miran entonces con cara rara pensando que igual me ha tocado la loto y me lo he callado o es que estoy ya un poco gagá que no me entero de la que está cayendo. Así que me veo como en la obligación de aclarar que no tengo preocupaciones porque mis hijas están bien, la buena salud sigue caminando de mi mano y de la empresa me siguen ingresando puntualmente el mermado sueldecito de pre-jubilada. Suficiente.

El resto de lo que ocurre a mi alrededor, en mi pequeño mundo, tengo que gestionarlo de la mejor manera posible adecuando mis emociones a los estímulos externos; vamos, que si siento rabia la expreso y no me la guardo, si me llega la tristeza me dejo llorar y cuando es alegría canto a voz en cuello. Lo que intento es ser una persona “equidistante” (término utilizado con frecuencia cuando se acercan las elecciones) en las relaciones con mis semejantes; es decir, que mantengo las distancias midiendo las fuerzas que me aprietan por la derecha y por la izquierda; pero mi realidad –y quién mejor que yo misma para hablar de lo que siento, lo que pienso y lo que me preocupa- es que, casi cada día, tengo que bregar con pequeños desafueros (como todo el mundo, por otra parte) para no permitir que se conviertan en un problema y lleguen a producirme preocupación, malestar y desequilibrio.

Mi caballo de batalla, es y siempre ha sido, la familia tradicional. Pertenezco a una familia en la que sus miembros andan cada uno por su lado, enseñando los belfos en la distancia con un gruñido soterrado –o no, según temas y sople el viento. Ni somos un clan, ni nos juntamos todos por Navidad. De hecho, tengo más de veinte primos carnales a los que no conozco ni en fotografía. (Ni ellos a mí, obviamente) En la familia cercana somos pocos y mal avenidos, con rencores enquistados y reproches de la época en que veíamos la televisión en blanco y negro.

Por contra, MI familia, la que yo he formado con mis dos hijas –y que deseo se vaya enriqueciendo con yernos y muchos nietos- forma una piña que lleva treinta años dándome una razón para vivir.

Cuando digo que no tengo preocupaciones, quiero decir que no intento cambiar lo que no puede ser cambiado, cuando digo que no tengo preocupaciones quiero expresar mi aceptación de las cosas que me duelen como parte de mi existencia y, sobre todo, lo que quiero es reafirmarme en el concepto de que lo que nos hace daño y nos molesta es un problema sólo si nosotros permitimos que lo sea. Y así voy aprendiendo a protegerme de las agresiones que en nombre de sangre y apellidos se perpetran con naturalidad cotidiana en muchos grupos familiares. Que en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas.

Había que decirlo.

En fin.

(Hoy miércoles, en el programa Keridos Monstruos de Teledonosti, a las 21.30h. hay una sorpresita…)

LaAlquimista

Foto: Amanda Arruti

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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