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Cecilia Casado

A partir de los 50

Me estoy haciendo mayor…

Me compré unas botas y un abrigo hace cosa de un mes y están con la etiqueta colgando, sin estrenar. No porque sea una caprichosa sino porque el calendario sigue su camino inexorable mientras que la meteorología le ha hecho un quite, así que seguimos disfrutando de los coletazos del verano mientras los que cobran por predecir el tiempo se equivocan miserablemente en sus predicciones.

El caso es que, últimamente, aprovecho los viernes para salir a comer a algún sitio al aire libre y apurar el sol, el aire, llenarme de naturaleza la retina y el alma para cuando no haya, para cuando llegue la oscuridad que acompaña al invierno. El silencio del monte bien vale el pequeño desplazamiento; recorrer caminos detenidos en el tiempo, pintados con una paleta de ocres, naranjas, rojos de fuego que comienza a arder, al abrigo de árboles que susurran historias mecidos por la brisa, con mi perro Elur hocicando –libre y feliz- algunas setas, el rastro antiguo de alguna hembra o el olor de una comadreja entre el follaje.

El silencio, que es sagrado aunque venga perlado de conversación, el cielo y la mar que se han vestido del mismo color, y sobre todo, el espacio detenido en el tiempo, ausente de seres humanos, sin un sólo artilugio que eche humo, dos figuras fantasmas con un perro que se acercan al merendero en la punta del monte; dentro, el calor de un fuego de hogar en tonos grises. Fuera, el verde de la yerba brillante como una ilusión que todavía es.


Alargar la sobremesa de una comida casera, suculenta y bien servida con una copa como fondo de la foto, mientras a nuestros pies la ciudad sigue agitándose como un hormiguero en su locura, y en las alturas, dos amigas y un perro, desgranan las horas y la conversación mientras el sol va cayendo sobre el monte de enfrente. Las luces se prenden dando paso a otra sesión, la de noche.

Son las siete de la tarde y vuelvo a casa con un día perfecto a mis espaldas, imposible superarlo. Por eso, cuando al filo de las ocho, suena el teléfono con la invitación a salir… descubro que estoy tan tranquila, plena y feliz que me supondría un castigo –y seguramente sería un error- dejar que las sensaciones placenteras, bucólicas, llenas de paz, luz, olores y vida que he atesorado durante el día, se diluyan en ruido, humos, gentío y alcohol. Así que intento explicarle todo eso a quien está al otro lado del teléfono y no lo debo hacer con el suficiente énfasis porque obtengo un lapidario vaticinio: “Te estás haciendo mayor…”

Será eso…

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2011
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