La Operación Puerto estaba destinada a ser el terremoto del deporte español. Las investigaciones habían destapado una presunta trama de suministro de sustancias dopantes, así como dopaje sanguíneo. El pelotón ciclista fue el primer acusado. Las alfombras del caso ofrecían mucha porquería. Otros deportes podían verse salpicados. El terremoto pasó a ser un leve movimiento de placas tectónicas.

Esta Operación será de nuevo el hazmerreír internacional de la legislación española. Nadie pone en duda que el dopaje o una sofisticada trama de dopaje, existía. Dopaje según las leyes de casi todos los paises. En España, no. Sencillamente porque no existía esa ley. El dopaje no fue tipificado hasta finales de 2006. La Operación Puerto se desarrolló con anterioridad, mes de mayo, por lo que los acusados se enfrentan a dos años de cárcel por un delito contra la salud pública, previsto en el Código Penal. De dopaje, nada. Oiga, como si eso fuera una práctica de otro planeta… y el descontrol data de 2006, no de los años 50 del siglo pasado.

Son 224 bolsas de sangre sin aparente dueño las que rulan por ahí. Tienen siglas, seudónimos, que han llevado a nombres y apellidos concretos, siempre supuestamente, aunque en algunos casos ya han sido aclarados y confirmados por los propios ‘clientes’.

El juicio ya de entrada, por la no existencia de leyes específicas contra el dopaje, es un esperpento. A esta altura de la película hablar de delito contra la salud es un chiste, sobremanera días después de la confesión de Lance Armstrong o de todo lo sabido por los excompañeros del estadounidense.

Será un nuevo fracaso de la Justicia española y de los legisladores y de los partidos políticos que gobernaron este país y que permitieron no hacer nada en esta materia.

Un fracaso para la sociedad permisiva con sus campeones, solo con sus campeones.

Fracaso de los periodistas -algunos- que veían en el fin del dopaje como el fin de su deporte, el fin de ser ellos importantes porque su deporte era importante gracias a la trampa y al continuado fraude que proporcionaba logros.

El fracaso de unos dirigentes federativos que cambiaban éxitos en la carretera o medallas por reconocimiento impregnado de química e intercambiaban cromos dopados por más subvenciones.

El fracaso de políticos ciegos que disfrutaban sacando pecho y se colocaban más arriba el nudo de la corbata cuando salía el tema del deporte en las reuniones con dirigentes europeos. La Merkel y otros nos pisan el callo por nuestras debilidades económicas y nosotros les lanzamos a la cara los laureles, en bastantes ocasiones, trufados.

Esto tiene que acabar. La Operación Puerto lleva una carga de responsabilidad inmensa. Nos van a mirar con lupa. No van a permitir que esto sea un parchís entre niños. La investigación de la USADA estadounidense deja el listón alto. El deporte español corre el riesgo de perder más grados de credibilidad si en estos procesos judiciales los acusados se van con la sonrisa en la boca y las pruebas se destruyen o se archivan “al no apreciar indicios de delito”. Está en juego algo más que el que entre en la cárcel tal o cual médico o tal o cual director ciclista.

Tras la Operación Galgo ya me creo casi todo en este país. La decepción fue brutal a pesar de las pruebas existentes. Si atendemos a los registros practicados en la Operación Puerto, el juez debería hincharse a firmar condenas, y los organismos deportivos, a sancionar a los deportistas implicados y relacionados con las bolsas de plasma congelado, sangre refrigerada, medicamentos, material para transfusiones como jeringuillas, viales o suero. Si hay deseo de seguir investigando…

Las no leyes de nuevo amparan a los tramposos, pero parece duro creer que el proceso pudiera concluir con un apretón de manos y solo hayamos visto un juego de ilusiones manejado por un prestidigitador o un brujo llegado del más allá. Pero todo es posible.