Alberto Moyano

Gratis: concepto equívoco que, en contra de lo que en un primer momento
parece, no significa algo a cambio de nada, sino tan sólo algo que no
se paga en moneda de curso legal. En macroconciertos, entrada de pago
significa abonar una elevada cantidad a cambio de un ticket que te
adjudica la zona del recinto en la que te ubicarás. «Entrada gratuita»,
por el contrario, es un concepto que desata un furores incontrolables
entre la ciudadanía y que hace que la segunda parte de la oración
–«para el circo, para el fútbol, para la zarzuela o para Bob Dylan»–
pase a ser un dato irrelevante. Dicen que el 11 de julio se esperan
unas 25.000-30.000 personas en La Zurriola. Si se refiere sólo a los
(vasco)franceses, la cifra puede ser correcta. A partir de ahí, todas
las emociones de una alfombra de gente, en vivo y en directo.
Por la paz: suena bien y tal, e incluso flota en el aire un cierto
aroma a premio colectivo, en plan «nos lo merecemos», pero no hay que
menospreciar nuestra descomunal capacidad para generar polémicas. Aún a
riesgo de caer en el agorerismo, ya se puede hacer un primer recuento
de sarpullidos levantados al socaire de la expresión «proceso de paz»:
«no hay proceso de paz porque no había guerra», «aquí sólo hay unos que
matan a los que no piensan como ellos», «eso es semántica de
terroristas», «debería ser un concierto por las víctimas», etc. Si la
polémica se desata, el 11 de julio caerá este año en los sesenta. Lo
cual, bien visto y en plan egoísta, no tiene por qué ser tan malo:
menos gente en un lugar en el que la habrá de sobra.