Alberto Moyano

“Llamemos a las cosas por su nombre. Estamos hablando de genitales”, aclaraba anoche en Teledonosti una contertulia de ‘La ciudad se mueve’. La instalación de Tunick en el Kursaal y el nudismo centraban el debate entre partidarios y detractores. Vaya por delante que estos últimos pasaron buena parte del programa golpeando en vacío por cuanto se empeñaron en demostrar que nudismo y modernidad no tienen por qué ir de la mano, hipótesis que nadie había defendido. La joven anteriormente citada, de nombre Constanza, de nacionalidad argentina y que patinó al insinuar que el régimen nazi se oponía al nudismo -cuando fue exactamente lo contrario-, defendió la segregación de los nudistas en la playa ya que, según dijo, le molestaría tener al lado a alguien desnudo. No dijo qué opinaba del top less ni si también debería ser segregado.

En pleno fragor dialéctico, Boni Aldaya, que no estaba invitado pero entró por teléfono, describió exactamente en qué consiste una actitud sana y lógicamente se puso de inmediato como ejemplo vivo de la misma. Álvaro Bermejo quiso clarificar el debate llevándolo a un extremo para preguntarse por qué si todo se reduce a una cuestión de libertad, no se permite también en la playa hacer el amor, mantener relaciones zoofílicas o de sadomasoquismo. Nadie quiso entrar al trapo.

En el terreno de la anécdota quedó la avanzada edad media de las personas que participaron vía telefónica en la tertulia. Un dato interesante. O quizás no.