Ricardo Aldarondo
Lo último en precios en las calles adyacentes a La Croisette: un cortado, con un trozo de pan de barra (no quedaba cruasán) dotado de un poquito de mantequilla y mermelada, 9.50 euros. Era en un bareto normal y corriente, no en el Martínez ni en el Noga Hilton. Pero no vamos a estar escatimando por un café, cuando la alfombra roja se cambia y se pone nueva dos veces al día. Según entran en la sala un conjunto de estrellas, aparecen unos operarios y levantan la alfombra recién pisada. Almodóvar entró por una alfombra y salió por otra, aunque en las mismas escaleras. ¿Cuántos kilómetros de moqueta se usarán al cabo de los doce días de festival? Intentaré averiguarlo.
Hace un rato la alfombra roja ha estado entrañable. Entraba el director Aki Kaurismaki, conocidísimo por sus maravillosas películas, y también, todo hay que decirlo, por su afición al alcohol. Y no es mito: una vez dio una rueda de prensa en San Sebastián completamente ebrio. Eran las doce de la mañana. El caso es que esta tarde en Cannes, cuando él y su equipo desfilaban por la alfombra roja, sonó uno de los tangos finalndeses (en serio) que aparecen en la película, y Aki se abrazó a una de sus actrices y el resto de su equipo también se asoció por parejas, para bailar suave y romáticamente. Ha sido bonito, en serio. Y Aki no se ha mareado.
Pero lo que más gustará a master Moyano es que el hombre ha entrado en el gran Palais hasta la butaca fumando su cigarro. Nadie se ha atrevido a recriminarle, más que nada porque el público se ha puesto inmediatamente en pie. Qué menos con el director de El hombre sin pasado.