Alberto Moyano
Por estas cosas del azar, tres escritores judíos han sido este año los finalistas del Príncipe de Asturias de las Letras. El israelí Amos Oz cayó en la ronda de votaciones y Paul Auster se impuso a Philip Roth en la elección final.
Se ha repetido hasta la saciedad que Auster es el escritor del azar y de la búsqueda de la identidad y siendo cierto, no lo es menos que es también el escritor del dinero y sus circunstancias. La cuestión del dinero es un tema incómodo, aparentemente prosaico y definitivamente antiestético a la hora de integrarlo como elemento en una obra de ficción y de hecho, su omisión, haciendo como que no existe, es una de las características que define la mala literatura. Y aquí podríamos saludar a los Dan Browns de este mundo.
A Auster la muerte de su padre le salvó la vida. O así lo ha contado el galardonado autor en diversas entrevistas. No fueron fáciles sus inicios en la literatura. De hecho, se encontraba en un callejón sin salida cuando su padre falleció y él cobró una herencia que le permitió dedicarse de pleno a la escritura y olvidarse de todo lo demás. El resultado fue ‘La invención de la soledad’, deslumbrante opera prima en dos partes que giran en torno a la identidad familiar y la paternidad. Después llegaron ‘El país de las últimas cosas’ y ‘La trilogía de Nueva York’, una de sus cimas. Y a partir de ahí, Auster levanta las grandes catedrales de su carrera: ‘El Palacio de la Luna’, ‘La música del azar’ y Leviatán’. Las posteriores ‘Mr. Vértigo’ y ‘Tombuctú’ le permitieron seguir sumando lectores pero no añadieron nada a su obra. De hecho, sus tres últimas novelas –‘El libro de las ilusiones’, ‘La noche del oráculo’ y la reciente ‘Brooklyn Follies’- marcan una línea descendente en un tono general alto.
A día de hoy, la sensación es la de que Auster es un escritor amortizado en el sentido de que ya ha escrito los títulos fundamentales de sus obras completas. Él mismo comparte esta opinión.“Creo que mis grandes novelas ya están escritas”, confesaba el escritor en la portada del número de abril de la revista ‘Qué leer’. De hecho, su regreso al cine no augura nada bueno, literariamente hablando. No importa. Auster ha cultivado, además de la novela, el ensayo, la poesía y, por una sola vez, el relato, aunque ese diamante pulido que es su ‘Cuento de navidad de Auggie Wren’ –escrito por encargo de un periódico- hubiera bastado para convertirle, sino en un autor inmortal, al menos sí en uno inolvidable.
La obra de Paul Auster llegó a España de la mano de la editorial Júcar, un sello de excelente gusto y abobinables traducciones, que lanzó ‘La Trilogía de Nueva York’. Más tarde, cuando Anagrama se lanzó a publicar a Auster, tuvo que encargar a Maribel de Juan una nueva traducción de esta obra para que su lectura resultara, al menos, inteligible. A partir de ahí, las buenas críticas, el boca oreja y eslóganes absurdos como ése de “el más europeo de los escritores americanos” afianzaron su éxito.
Por lo demás, sólo queda saludar la decisión del jurado y entrevistar a sus miembros una y otra vez hasta que confiesen qué argumentos les hicieron decantarse por Paul Auster frente a Philip Roth.