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Alberto Moyano

El jukebox

Prohibido suicidarse en navidades

Alberto Moyano

Si un cuerdo intenta matarse de hambre, se le amarra a la cama y se le
introduce una sonda nasogástrica para impedirlo. Si un enajenado mental
opta por pasar en un banco a la intemperie una noche invernal de las de
bajo cero, se le permite morir de frío porque ésa es su libertad.
Ramón Balenziaga Etxezarreta relata hoy en las páginas de Opinión de DV
un cuento de navidad con cadáver de mendigo al fondo. Francisco era un
vagabundo que residía en un banco callejero del barrio donostiarra de
Amara, se creía Bruce Lee y japonés simultáneamente y no soportaba las
rayas negras del suelo, cosa esta última que también les pasa a muchos
cuerdos. Se negaba a pernoctar en los alberges que las organizaciones
caritativas disponen para acoger a los ‘sin techo’ porque «no soportaba
los lugares con gente».
Balenziaga cuenta la kafkiana cadena de llamadas telefónicas que hubo
de realizar en su intento de que alguna institución se hiciera cargo de
Francisco. En el 112 SOS Deiak le remitieron al 092, en donde le
recomendaron ponerse en contacto con el 112 SOS Deiak. Por supuesto, el
siguiente paso fue volver a llamar al 092, desde donde le recomendaron
que no pasara frío «esperándonos, pues no vamos a ir». Sin embargo,
Balenziaga vio a tres agentes hablando con Francisco horas después.
Tras sondear un par de pensiones –una llena, la otra no admite
mendigos–, y a un servicio de urgencias de la Diputación, Balenziaga
bajó a la calle y tras subir a duras penas a Francisco en su coche, se
lo llevó a Urgencias para que muriera en la UCI horas más tarde.
Es posible que Balenziaga llamara a los números correctos, pero
equivocara el motivo de la llamada. Por ejemplo: si en lugar de
tumbarse en un banco, Francisco hubiera quemado un cajero automático,
la Ertzaintza hubiera acudido y se lo hubiera llevado. Si hubiera
agredido a su mujer, la Policía Municipal hubiera acudido y se lo
hubiera llevado. Si hubiese sido un tetrapléjico intentando suicidarse,
la Iglesia Católica hubiera acudido y se lo hubiese llevado. Y si
hubiese sido un toxicómano con sobredosis, las asistencias sanitarias
hubieran acudido y se lo hubieran llevado.
Como el tal Francisco no cumplía estos requisitos ni al parecer ningún
otro de los que se te puedan ocurrir, se suicidó en el banco, presa de
su locura, haciéndose el harakiri con el frío.


diciembre 2006
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