Alberto Moyano
Charlatán egocéntrico, vendedor de crecepelo, aprendiz de brujo, más
cobarde que prudente, así como pirómano con alergia al fuego. Éste es,
más o menos, el retrato que el profesor y miembro supernumerario de
Basta Ya Carlos Martínez Gorriarán ofrece de Jorge Oteiza en un
artículo –en realidad, fragmento de un libro aún inédito– publicado por
la revista ‘Bitarte’. ‘Oteiza y la revolución’ retrata a este artista
–al que tantos definen como «el único genio que he conocido»– como un
Saturno que no devora a sus hijos, sino que tan sólo se limita a
cocinarlos, para que otros rematen la faena.
El texto –inevitablemente salpicado de imaginario prehistórico vasco y
diléctica hegeliana, y sin embargo, divertidísimo–, describe las
inverosímiles piruetas ideológicas que el escultor oriotarra se vio
obligado a realizar en vida espoleado por un egocentrismo de raíz
bulímica, siempre entre la ingesta masiva y el vómito desordenado:
desde el nacionalismo vasco, pro ETA a veces, ininteligible siempre,
hasta el maoísmo a control remoto, todo trufado de múltiples
especulaciones sobre la casa del padre, el vacío y la dicotomía entre
euskoparlante y euskopensante.
El artículo rompe con la extendida imagen de pesado que arrastra Oteiza
para acercarse más al retrato de un Maquiavelo-Rasputín, fascinado por
la violencia, siempre que no tuviera que ejercerla personalmente y no
digamos ya sufrirla. Y en este sentido, se rememoran escenas patéticas,
como esa visita de los ‘secretas’ a Oteiza, con el cadáver de Melitón
Manzanas aún caliente: «Jorge estaba lívido (…) terriblemente
asustado y hablaba de forma entrecortada», según el recuerdo de Luis
María Jiménez de Aberasturi. Por cierto, la no detención de Oteiza en
un ambiente de redadas masivas lleva al autor a no descartar la
hipótesis de que llegara a ser confidente policial.
Siempre dispuesto para la acción –«¿Dónde hay que poner la bomba?»–,
pero mucho más reticente a la hora de firmar manifiestos
comprometedores, Oteiza exhibe igualmente un apabullante don de la
ubicuidad a la hora de autocolocarse en el mismísimo centro de la
Historia. Así, Txabi Etxebarrieta (1968), ‘Pertur’ (1976) y
‘Argala’ (1978), murieron justo antes de reunirse con Oteiza. Todo
esto, según Oteiza, claro.