Alberto Moyano
Asusta pensar en cuánto hubiera dado de sí la vida de Rainer Werner
Fassbinder de haber alcanzado la esperanza media de vida, en lugar de
morir a los 37 años, circunstancia que no le impidió firmar decenas de
películas, alguna serie de televisión, numerosos guiones y varias obras
de teatro, compaginando toda esta actividad con la ingesta de enormes
cantidades de cocaína, regada con litros y litros de bourbon.
El Principal acogía anoche la representación de ‘Las amargas lágrimas
de Petra von Kant’, obra escrita en 1971 y llevada posteriormente al
cine en lo que fue su primer triunfo internacional. La pasión de una
diseñadora de éxito por una joven patana y arribista sirve a Fassbinder
para establecer un tratado sobre el amor como relación de dominación y,
de paso, sacudir enérgicos garrotazos dialécticos a esas obligaciones
que llamamos lazos familiares y al cultivo de la amistad como arte
social.
El montaje visto anoche, a cargo de la compañía Cráneos de Yorik, se
presentaba adornado por las ya habituales innovaciones técnicas en esto
del teatro: cámaras de vídeo, efectos sonoros, linternas apuntando a la
cara, y música pregrabada y emitida a volumen brutal. Si bien no se
abusa de todo esto, lo cierto es que tampoco aporta nada. Los
personajes no siempre escapan a los más sobados clichés y las tres
déccadas transcurridas no han pasado en balde, pero la historia aún
mantiene su vigor.