El onanismo sólo empezó a provocar ceguera temporal y fusión de la espina dorsal una vez que el infierno comenzó a remitir como poderosa arma disuasoria. Desde entonces, el extenuante combate por mantener libre de clérigos la pequeña parcela de nuestras vidas se ha ido convirtiendo en una imposible partida de naipes en la que todas las cartas están marcadas.

Persuadidos finalmente de que resultaría difícil mantener en el tiempo la creencia ciega en que precisamente el mismo que nació de una virgen resucitó después de muerto, los devotos se mantienen fielmente aferrados a sus dogmas, esta vez, bajo los más imaginativos disfraces. En materia de fe siempre es Cuaresma, pero en el terreno de la teología aplicada siempre es Carnaval.

Así, lo que no les gusta del ‘matrimonio homosexual’ no es’homosexual’, sino ‘matrimonio’, una cuestión semántica. Lo que no les gusta de la ‘píldora del día después’ no es el día anterior, sino las supuestas contraindicaciones de su ingesta, una cuestión científica. Y lo que no les gusta del ‘derecho al aborto’ no es su libre ejercicio, sino la ‘violencia estructural’ que lo ampara. Cualquier rábano es bueno para cogerlo por las hojas, cualquier cosa con tal de no asumir que un conjunto de supersticiones guiará su gestión política en el terreno social, que no económico. Es la devoción que no osa decir su nombre, mayormente, por resultar un tanto impresentable el intento de implantarla en el ámbito público.

Así las cosas, los insectos humanos sin mayores fervores religiosos nos vemos privados de nuestra confortable condición de pecadores impenitentes resignados a saldar en la otra vida nuestras deudas entregando nuestras propias almas, mediante un sistema que recuerda poderosamente al pago por dación. El santurronismo proselitista ha regresado sin haberse ido. Las elecciones del 20-N demostraron que aunque son pocos los elegidos, son bastantes más sus electores.

Con la horda de ex monaguillos de vuelta al frente de las instituciones, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial amenazan con recuperar su condición simultánea de uno y trino. Frente a un dios contemplativo que el séptimo día se tiró en el sofá y vio que era bueno, el catecismo sigue pendiendo sobre nuestras cabezas. No obstante, cuesta adivinar al hijo de un carpintero hablando por boca de Ruiz Gallardón. Quizás sea cierto que el señor pone a prueba nuestra fe constantemente.