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Juan Carlos Hernández

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ELVIRA WATSON, SHAKIN' THAT ASS




Cuando Elvira Watson despertó aquella mañana de agosto se
sintió débil y fuerte a la vez. Había llegado el día del entrenamiento del año previo a la competición del año, y rumió con forzado orgullo las dudas que le
acompañaban en los estados de forma óptimos. Tras tres noches soñando con su
canción favorita, Elvira lo asumió como un augurio de buena suerte. En el
sueño, durante un concierto, el guitarrista del grupo atacaba su solo usando un
as de picas en vez de una púa. La guitarra era azul, la banda tenía en sus
manos el poder de una nueva generación, el mundo giraba en orden. Elvira miró
por la ventana y el silencio de los pájaros le recordó la canícula. Se
arrodilló en la cama, estiró la espalda como los gatos, se volteó y la sábana le
acarició suavemente las piernas.

 

Al poner el primer pie en la
calle un calor espeso le sacudió el rostro y pensó: “mejor así que con lluvia”.
Avanzó unos pasos antes de darse cuenta de que había olvidado su iPod. No se
dio la vuelta, ese día el camino era sólo hacia adelante. Su imaginación mezcló
entonces las que iban a ser sus zancadas con la canción que debería estar
sonando en sus oídos: “In a word or 2,
it’s you I wanna do…”
y el bálsamo ayudó a calmar su pulso, que empezaba a
atolondrarse pensando en el tercero de los tres trescientos a muerte que le retaban en el duelo al
sol de la pista. Elvira tenía ese algo de artista de cine que concita las
miradas, aunque disfrutaba más manteniendo su runrún: “Horns, stand please… dub durub, dub durub… I like it, I like it…”.

 

En la estación del metro fue ella
la que miró a los ojos de quienes la rodeaban y adivinó en ellos el peso de sus
distintas rutinas. Elvira pensó que ella también hacía algo parecido pero
siempre distinto a lo del día anterior, y se imaginó a sí misma con una boina
de color frambuesa, una de esas que se encuentran en las tiendas de segunda
mano. Sonrió y se sintió atractiva, como la chica de la canción. Su piel no dejaba de cantar: “Sexy motherfucker shakin’ that ass, shakin’
that ass, shakin’ that ass…”
.
Tomó asiento, respiró profundamente,
cerró los ojos y dejó que el tren la acercase a su destino.

 

Elvira Watson siempre llegaba la
primera al entrenamiento. Esta vez, sin embargo, su entrenador ya la estaba
esperando. Elvira era consciente de lo mucho que esperaba de ella, quizá él
también estaba nervioso aquella mañana. Ambos eran ambiciosos y la exigencia
era recíproca. Para el entrenador, Elvira representaba la culminación de muchos
años de trabajo y sacrificios, de muchos atletas resumidos en ella. Elvira, que
lo sabía, lo veía todo como un futuro que sería del color con el que ella
decidiera pintarlo.

 

“Los tres son a tope, Elvira, pero controlando la
técnica y la relajación de los hombros. La recuperación es amplia, los dos
primeros no te darán problemas; la clave está en el tercero, ya lo sabes.
Soltura y ritmo, Elvira, soltura y ritmo, mantén siempre el ritmo en tu cabeza,
como esas canciones que tanto te gustan. Haz lo que sabes y el sábado arderán
los cronómetros. Ánimo y disfruta.”

 

¿Disfrutar? Ella sabía que esa
era la recompensa final, cuando la saliva vuelve a la boca, cuando deja de
quemar el pecho y cuando las piernas y los glúteos vuelven a ser funcionales.
Si todo sale bien, las sensaciones van mucho más allá del disfrute, el premio
consiste en sentirse en la cima del mundo.

 

El guión siguió su curso. Las dos
primeras series fueron perfectas, aunque el corazón empezaba a trepar por la
garganta. Llegaba el trance de enfrentarse a los conocidos fantasmas del sufrimiento
voluntario y al esfuerzo casi irracional de culminar el entrenamiento. En las
sienes de Elvira chocaba la sangre con los tambores y la guitarra de la canción
de sus sueños. Bebió agua. No quería mirar el reloj, enemigo directo en ese
momento, y parte de ella no quería estar allí. Es el miedo. Volvió a beber y buscó
una sombra donde quedarse sola, ajena a los amigos que querían animarla. No era
el momento para hablar con nadie, ni para sentir el olor del césped recién
cortado. Sólo la voz del entrenador podía romper el letargo de su
concentración.

 

“¡Elvira, te queda un minuto!
¡Mueve el culo!”

 

La exclamación del entrenador le
recordó la canción que llevaba toda la mañana en su cabeza. Junto a una
inesperada sonrisa, de la boca de Elvira surgió la canción en voz alta: “Horns, stand please”. Con paso firme se
fue acercando a la línea de salida con la sección de vientos entre los dientes.
Resopló y colocó el pie izquierdo en la señal al grito de “¡¡I like it, I like it!!”. Se tragó los sapos y culebras del miedo
y del dolor y esperó a que en su alma Michael B. volviera a sacudir su batería
en el primer compás. Rivalizando en elegancia y precisión, sus zancadas se
alargaron y se acompasaron. El
corazón de Elvira seguía cantando: “Sexy Elvira
Watson shakin’ that ass, shakin’ that ass, shakin’ that ass. Sexy Elvira Watson
shakin’ that ass, shakin’ that ass, shakin’ that ass…”
.


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Atletismo

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