No sé cómo tomarme la noticia de la retirada de Haile Gebrselassie. Como aficionado, preferiría que lo hiciera tras una gran victoria, yo qué sé, con la medalla de oro del maratón olímpico de Londres’2012 colgada en el cuello. Aunque un Dios del Atletismo como Gebre se tiene ganado el derecho a retirarse cuando quiera y como quiera, yo seguiré atento porque esta es una de esas noticias que no termino de creer o de aceptar. Demasiado escueta, demasiado simple, demasiado real.
Estos días leeremos en distintos sitios el palmarés de Gebrselassie, algo muy fácil de encontrar pulsando las teclas adecuadas de un ordenador. Como esto es un blog, me apetece compartir la historieta del día en que Gebrselassie me volvió loco, loco, loco.
La carrera reunía todos los ingredientes: un duelo entre dos genios en una Final Olímpica. No siempre una carrera de 10000 metros suma la belleza y agonía de una prueba de fondo con la intensidad de los cien metros. Y eso es lo que sucedió el 25 de septiembre del año 2000 en los Juegos Olímpicos de Sídney. Nadie que lo viera podrá borrar de su retina el mano a mano entre el etíope Gebrselassie y el keniata Paul Tergat.
En Sídney eran las diez de la noche. Creo que aquí era la una del mediodía. A mí me pilló en el Club Atlético San Sebastián charlando con la piragüista de aguas bravas María Eizmendi, que acababa de regresar de Sídney. Le dije que se iba a disputar una de las carreras más interesantes de los Juegos y fuimos a la cafetería a ver si la echaban por la tele. Dando la espalda al local, que en ese momento estaba vacío, empezó la carrera.
Sé que algunos de los que leéis esto me habéis visto disfrutar viendo Atletismo, y que alguna vez he exteriorizado hasta el extremo el placer que me hace sentir este deporte. Pero normalmente me contengo bastante, soy un tímido al que le gusta pasar desapercibido. En cualquier caso, si alguna vez he dejado ver mi “ramalazo” ha sido en un contexto favorable, como la grada de Sevilla’99 o equivalentes.
Sin embargo, aquel día, aquella carrera me desbordó por completo. Las vueltas se fueron sucediendo y yo le iba dando mis impresiones a María. Pero la intensidad fue creciendo y a mí se me subió la épica y el Atletismo a la cabeza hasta que se me desparramó por las orejas. Empecé a agitarme, a suspirar, a dar voces, a agitar los brazos. El piloto automático había saltado. Miré hacia atrás y una docena de personas se arremolinaban detrás de mí sin entender qué me ocurría o qué pasaba en la carrera de la tele. Me preguntaban cosas, no sé qué respondía, je, je, je. Se juntó más gente, no sé si me miraban a mí o a la televisión. Sé que algunos podéis imaginar la escena.
La recta final, un codo con codo resuelto a favor de Gebrselassie por nueve centésimas de segundo, es uno de los momentos atléticos más intensos que recuerdo. Sin duda, una de las carreras más excitantes y apoteósicas de todos los tiempos. Atletismo elevado a la máxima potencia. Y el Dios Gebrselassie más Dios que nunca.
Meses después supe que durante aquel éxtasis llamó por teléfono el marido de una de las camareras y escuchó el jaleo que yo estaba montando.
– “¿Qué son esas voces? ¿qué coño pasa?”.
– “¡No lo sé, hay una carrera en la tele y Juancar se ha vuelto loco!”