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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

No me quiero divorciar

  


 A pesar de que, socialmente, se ve como más natural el hecho de divorciarse, no deja de ser, en la mayoría de los casos, un acontecimiento traumático. Muchas parejas no se divorcian de mutuo acuerdo y las separaciones sacan a la luz odios, rencores y lucha por los hijos.
   El divorcio siempre ha de ser una opción personal que no se ha de llevar a cabo ni bajo presiones familiares ni de amistades, por muy claramente que lo vean los demás. Considero que para afrontarlo uno debe sentirse fuerte personalmente o bien, disponer de apoyos afectivos para no pasarlo solo. Esto no significa que durante la separación no surjan dudas o la persona no se tambalee pero es importante haber dado el primer paso libremente.
   Pero, ¿qué pasa cuando intuimos que es la única salida posible y, sin embargo, no la llevamos a cabo? Aparte de las importantes dificultades económicas que un divorcio puede acarrear, existe el miedo.
   Miedo a la soledad, a no tener esa presencia constante del otro, miedo a tomar decisiones cuando antes éstas se compartían o se delegaban en la otra persona, miedo a quedarse sin las relaciones sociales habituales.
   Por debajo de todos los miedos posibles existe un miedo base que es la raíz de todos los demás: el miedo a vivir. ¿ En qué consiste?. Es el miedo a ser incapaz de valerse por sí mismo y a que la vida diaria sea una sucesión de problemas que acogoten a la persona. Es un miedo muy soterrado y que resulta difícil de reconocer porque socialmente no está bien visto.
   Este miedo encierra una visión negativa y, por tanto, parcial de la realidad. Hemos de hacer ver al que lo sufre los aspectos positivos de su forma de ser y de lo que va consiguiendo en la vida, reforzar su autoestima, para que no se focalice únicamente en las dificultades a las que tenga que hacer frente. El primer triunfo es decidir separarse.
   Ese miedo produce angustia en la persona y le puede bloquear para tomar decisiones cotidianas y enfrentarse a la vida. Es natural y comprensible sentirlo cuando la persona enfrenta un cambio drástico en su vida, de manera que no hay que culpabilizar al que lo padece, sino ayudarle con cariño para que, poco a poco, vaya dando pasos por sí mismo para, simplemente, vivir. Importa el día a día, no la consecución de ningún objetivo como el estar totalmente recuperado. Todo lleva su tiempo.
   Valorar que sea capaz de seguir con su trabajo habitual o cuidar de sus hijos. Que vea como positivo cada paso dado como reafirmarse en su decisión de separarse, o que sea capaz de decirle a su ex cónyuge lo que piensa de él, simplemente como un ejercicio para oírse a sí mismo decir lo que siente.
   Y, por supuesto, una ayuda profesional que, de la mano del psicólogo le guíe para reconstruirse como persona con todas las garantías.
   Continuaremos…Belén Casado Mendiluce


Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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