He leído con mucho interés la historia de Teresa Perales, nuestra nadadora paralímpica, ganadora de tantas medallas como Michael Phelps. Me ha emocionado su ejemplo de superación personal, de resiliencia (según la Real Academia Española: Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.)
Comentaba con una conocida el reportaje leído y, en un momento dado, me dice: “Estas personas están hechas de una pasta especial, son fuera de serie”. Pues yo no lo creo. Más bien pienso que esa es la explicación que nos damos para convencernos de que nosotros somos personas normales que no hemos nacido con los dones que nos hagan destacar de la mayoría de los demás.
Teresa se quedó parapléjica con 19 años y me imagino que ante esa situación límite de su vida habrá tenido que vérselas pasándolas muy duras. Ella dice que hay dos clases de disminuidos: los que dicen “No puedo” y los que dicen: “¿Por qué no voy a poder?” Sabe de lo que habla por experiencia propia.
Todos tenemos capacidades de afrontar la adversidad que no imaginamos. Pero cada uno ha de recorrer su propio camino para sacarlas a la luz. Tienes que ver delante de ti tus propios miedos e inseguridades y seguir confiando en ti mismo aunque sientas el miedo agazapado en tu interior esperando saltar para atraparte.
No hay caminos de rosas. Tampoco nadie tiene una autoestima a prueba de bomba ni vive siempre con una alegría incombustible. Todos pasamos por malos momentos en los que sentimos desánimo y ganas de tirarlo todo por la borda. Es normal.
Incluso hay que experimentar el hartazgo del propio sufrimiento. Cuando la persona se da cuenta de que ya no quiere seguir quejándose de la mala vida que lleva o de las limitaciones físicas que le impone su cuerpo. Teresa sabe que no puede andar pero también dice que nadando no sabe dónde está el límite, aunque la primera vez que se metió a la piscina lo hiciera con un chaleco salvavidas.
Me ha llamado la atención su enorme sonrisa, que intuyo se habrá ganado a pulso en su vida. La sonrisa de quien sabe que su mejor medalla es su hijo, al que lleva al colegio sentado en su silla de ruedas. Gracias, Teresa, por recordarnos que todos tenemos un valiente en nuestro interior.
Caminamos…Belén Casado Mendiluce